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Cómo manejar las emociones de los niños en una mudanza

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Lucia

El coach Ricardo Adrianza sugiere en El Estímulo algunas maneras de mitigar el impacto de un traslado de ciudad o de país.

Hace poco más de dos semanas, mi hija Daniela y mi yerno, César, decidieron mudarse a Arizona, Estados Unidos, para honrar una buena oferta laboral a este último. No es poco decir porque en esa mudanza estaba incluido mi nieto, Ignacio Andrés.

Era el único de mis tres nietos que estaba cerca, por lo cual su partida supuso un mazazo que aún mi esposa y yo intentamos de superar. Un episodio que nos deshilachó el alma y que hoy aún, con los días de por medio, intentamos recomponer.

En modo alguno ese sentimiento perverso que se cuela en el alma es el protagonista de este artículo. Pero me permite utilizarlo para compilar esta experiencia que se repite en muchas familias, con el ánimo de contribuir a que este proceso de duelo sea digerido de mejor manera.

El dolor que nos embarga nos ciega y nos vuelve egoístas, pues olvidamos de plano que quienes se van sufren tanto o más que nosotros. Y esa emoción no escapa de nuestros pequeños. Pensar en mi nieto Ignacio y su adaptación a nuevos aires me desencaja por completo.

Enfrentarse a un nuevo clima, nueva guardería, nuevas maestras, nuevos amiguitos, nuevo idioma y prescindir de la generosidad que regala el trópico y sus playas, son motivos suficientes.

Ahora bien, esa es la visión ruin de esta historia. Más bien, lo que quiero resaltar es que nuestros pequeños si bien dicen que se adaptan más rápido, la sufren tanto como nosotros y precisamente en esto es que quiero enfocarme.

No ha sido fácil para mi hija Daniela manejar las emociones de Ignacio, sin embargo, ha realizado algunas acciones que me parecen geniales compartirlas en vista de los resultados obtenidos.

Debo advertir que no soy experto en el tema, pero si un observador juicioso. No obstante, si me preguntan qué es lo primero que hay que hacer es que, si tienen la posibilidad de consultar a algún experto en estas situaciones, lo hagan. Psicólogo infantil, terapista de lenguaje y cuanto oficio relacionado esté disponible es muy valioso para lo que se viene.

En el caso de mi hija, siendo que el traslado suponía enfrentar al niño a otro idioma, no dudó ni un segundo en hacerlo. Las recomendaciones y buenas noticias en este sentido son un gran aliciente para entender de primera mano todo el proceso.

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Pero eso es solo el inicio. Imaginen por un instante tener una rutina bien definida y que de golpe y porrazo te la quiten. Duro, ¿no?

Esta desventura le ha tocado a mi pequeño Ignacio de tan solo dos años.

Acomodarse a una nueva guardería, a la zona horaria de Arizona –tres horas menos que la nuestra– y a un idioma que no conoce, son detonantes importantes para alborotar sus emociones.

Toda esa transición ha implicado centenares de lágrimas como única arma disponible par esbozar su protesta; mejor dicho, sus emociones, principalmente, durante el trayecto que lo lleva a su nuevo rincón de aprendizaje.

Sin embargo, parece que las cosas van mejor. El día de ayer motivado por su madre, el pequeño Ignacio me mostraba fotos del parque que dispone la guardería. Los primeros días fueron una odisea para dejarlo al cuidado de sus nuevas maestras. Ahora – según me cuenta mi hija – sigue llorando, pero sin mirar atrás, digamos resignado. ¿Cómo lo ha logrado?

Explicando las bondades de la nueva escuela. Esta labor debe ser planificada; es decir, días antes de llevarlo a su nuevo destino. Aunque creas que no te entiende, te aseguro que te oye y entiende. Muéstrale fotos del lugar, llévalo al lugar escogido días previos para que se familiarice y acompáñalo en un recorrido por el lugar para resaltar sus bondades.

Paciencia y más paciencia. Ver llorar a nuestros niños cuando los entregamos en su nueva escuela es un detonante para las flaquezas. Es duro, lo sé, pero se impone dejarlos con la confianza de que al pasar las horas se sentirá mejor.

Aquí no hay secreto, simplemente no flaquear y tener paciencia, pues esta batalla es una que se libra a diario y se extiende por unos cuantos días o semanas.

Invítalo a compartir sus experiencias. En las primeras de cambio es muy recomendable que no esperes que pase todo el día para recogerlo.

Monitorea su evolución y ve ajustando cada día las horas de acuerdo con lo que percibas.

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No obstante, lo más importante es que al recogerlo te muestres feliz y le preguntes acerca de su experiencia, como se llaman sus amiguitos, si le gustó el parque; en fin, resaltarle todas las ventajas que tiene visitar a ese lugar diariamente.

Encausa sus nostalgias. Para un niño la rutina diaria es indispensable.

Por lo tanto, cuando esta se rompe afecta la estabilidad emocional de estos.

Para mitigar ese impacto, llénale el cuarto de fotos y establece una dinámica para que identifique todos los personajes que han sido cercanos y le son familiares. Esto les refuerza el sentido de familia y de seguridad.

Todas estas pequeñas acciones no tendrían ninguna repercusión si no las acompañas de mimos y abrazos. El poder de un abrazo es sideral y un atomizador muy potente del miedo.

Cada historia es diferente, pero vislumbrar que todo se va encaminando es una excelente noticia para mi hija y quizás, para esas madres que estén luchando con el mismo dilema y se hayan tropezado con este artículo.

Hoy, mi nieto ha despertado señalando la foto de la guardería dispuesta en su cuarto y pidiendo a su mamá que lo lleve.

Lo que ratifica que las acciones anteriores no tendrán asideros científicos, pero dan resultados tangibles.

Photo: © Ricardo Adrianza / Sumando Negocios

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