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Hay que asumirlo: Nuestras discusiones familiares afectan a los niños

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Lucia

Nuestros problemas de pareja se manifiestan irremediablemente en la convivencia, es decir en casa. Y si somos padres, los niños, aunque sea sin ser testigos directos, escuchan discusiones, gritos y comportamientos de los que podemos arrependirnos. En 20 Minutos analizan cómo influyen en su carácter y en su salud física y mental los conflictos verbales entre sus progenitores.
Los expertos señalan que los desacuerdos entre padres entran dentro de la normalidad y así deben explicárselo a sus hijos. Sin embargo, más importante que la discusión en sí es la manera en que ésta se gestiona y se resuelve de cara a los pequeños, ya que está comprobado que cuando las peleas son agresivas, hay gritos o, incluso, cuando ambos se retiran la palabra tras el conflicto pueden acabar por afectar de un forma muy profunda y de por vida a los hijos.
Son muchas las investigaciones que han estudiado los efectos de las discusiones en los niños. Uno de los más recientes ha sido el publicado en 2018 en el Diario de psicología infantil y psiquiatría por Gordon Harold, profesor de psicología en la Universidad de Sussex (Inglaterra), director del centro Andrew y Virginia Rudd y especialista en psicología infantil.
Tras un exhaustivo repaso de las investigaciones académicas desarrolladas desde la década de 1930 en torno a la psicología del niño, el profesor Harold concluye que los menores expuestos a conflictos pueden experimentar diferentes afecciones a nivel físico como una mayor frecuencia cardíaca y desequilibrios en las hormonas relacionadas con el estrés. Asimismo pueden sufrir retrasos en el desarrollo del cerebro, problemas de sueño, ansiedad, depresión y problemas de comportamiento.
El especialista incide en que la edad no es factor determinante, ya que está comprobado que estos efectos adversos pueden comenzar a desarrollarse muy pronto, en torno a los seis meses de edad, y que pueden afectan por igual a los niños sometidos a discusiones fuertes y esporádicas como a aquellos que presencian discusiones menos intensas pero por un periodo continuado de tiempo.
Según el experto, existen asimismo grandes diferencias en la manera en que niños y niñas abordan estos conflictos. Mientras que los niños suelen experimentar problemas de comportamiento, en el caso de las niñas se ven más implicadas emocionalmente.
Pese a que una separación o divorcio de los progenitores suele verse como el peor de los escenarios para un niño, Harold sostiene en otra publicación titulada El niño y la ley familiar que más allá de la ruptura en sí lo que más afecta a los pequeños es la discusión sistemática provocada por ella. De hecho, incluso si la pareja se separa pero continúan las discusiones (aunque sea a distancia) con las descalificaciones al otro progenitor o utilizando al niño como moneda de cambio o para atacarse mutuamente, el pequeño seguirá inmerso en un círculo vicioso que no le beneficia.
Paradójicamente, el silencio de los progenitores también puede afectar a los niños de una manera muy perjudicial. Según señala Harold en su análisis si la relación entre los padres se enfría o se retiran la palabra debido a los continuos conflictos los pequeños también están expuestos a sufrir problemas emocionales y de comportamiento.
Efectos a corto y largo plazo
Lo más grave en esta situación, como indican los expertos, son los efectos que dichas discusiones pueden ocasionar en los niños tanto a corto como a largo plazo. El niño tiene en sus padres un modelo de referencia y si lo que ve desde una edad temprana es que los conflictos verbales se resuelven en casa con faltas de respeto en vez de con educación y asertividad puede acabar por reproducir estas conductas no solo en el hogar sino también en el colegio y en sus relaciones futuras.
La calidad de la relación entre los padres puede, por tanto, establecer un patrón de comportamiento que se repetirá en las siguientes generaciones.
Las faltas de respeto constantes entre ambos progenitores también puede trasladarse a los niños en forma de inseguridad (tanto personal como en el ámbito familiar), baja autoestima, falta de concentración, fracaso escolar, poca tolerancia a la frustración y dificultad para controlar las emociones. Cuando el niño adopta la figura de mediador entre ambos progenitores pero no logra frenar la discusión, esto puede provocar además un sentimiento profundo de culpabilidad.
Asimismo, los problemas de depresión también suelen ser frecuentes entre niños sometidos a este tipo de peleas, siendo especialmente silenciosas a estas edades al volverse menos expresivos y comunicar menos lo que sienten.
Photo: © Javaistan / pixabay

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