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Los riesgos de criar a los niños con paranoias

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Lucia

Hay padres que descuidan a sus hijos, eso todos lo sabemos. Sin embargo, en otros casos, las autoridades son muy rigurosas a la hora de tratar a padres por la manera en que crían a sus niños. Thomas L. Knapp escribe un texto para la reflexión en La Tribuna Hispana.
El Rochester, New York Democrat & Chronicle informa que una “madre enfrenta cargos de poner en peligro el bienestar de un menor, por dejar solo a su hijo de 10 años en la tienda Lego Store, mientras ella estaba de compras en otro lugar” en el mismo centro comercial.
No pasa una semana sin que se informe de que los padres son arrestados o de que sus hijos sean secuestrados por trabajadores sociales, por el “delito” de dejarlos caminar solos hacia o desde la escuela o a un parque de recreo local.
A pesar de que los crímenes violentos —incluyendo los crímenes contra niños— han estado en una tendencia a la baja desde principios de los 1990, estamos constantemente propagandizados sobre el peligro de dejar a los niños fuera de nuestra vista.
A pesar de que los padres de estos días educan a sus hijos, casi uniformemente, sobre cómo responder sí son abordados por extraños (no hablar con ellos, no entrar en los autos con ellos, alejarse de ellos, gritar fuertemente sí les tocan), la sabiduría convencional —de nuestra sociedad paranoica— es que nuestros centros comerciales y parques infantiles son verdaderos bufets para las hordas de depredadores.
Lo que dicen las estadísticas
Pero eso no es verdad. Según Lenore Skenazy de Free Range Kids, de los
800,000 niños desaparecidos en Estados Unidos cada año, sólo 115 son “secuestrados por extraños” (la mayoría son fugitivos adolescentes y el 90% de los secuestrados regresan a casa dentro de un día).
Yo mismo he pasado por este tipo de teatro de seguridad. Cuando mi hijo menor de cinco años, que quería ir andando a la tienda local y comprar su propio almuerzo, yo le hice sentirse muy adulto. Y ya que la tienda estaba a 500 pies de distancia por las calles residenciales de bajo tráfico, lo dejaba ir un par de veces a la semana.
Las primeras veces lo seguí en secreto para asegurarme de que miraba a ambos lados cuando cruzaba la calle y no hablaba con extraños. Después de eso, lo esperaba en el porche para cuando él volviera, con los oídos alerta para cualquier indicio de problemas.
Entonces un día se le acercaron dos extraños quienes lo asustaron para que subiera a su auto. Esos desconocidos —dos oficiales de policía en uniforme— lo llevaron a casa y me confrontaron por dejarle hacer el corto viaje “sin una supervisión”. No estuvieron contentos con mi respuesta, pero afortunadamente decidieron no escalar las tonterías cuando les señalé que, de hecho, era un disparate.
La mayoría de nosotros que tenemos, digamos, unos 50 años o más, recordamos la infancia en la que, sustancialmente, éramos libres para vagar dentro de una distancia razonable de nuestras casas. Nuestros padres nos daban reglas, por supuesto, pero se entendía que el andar por nuestra comunidad era parte del proceso de crecimiento. No se preocupaban por nosotros a menos que llegáramos tarde para la cena.
En estos días, permitir que un niño salga de la casa solo, sí él o ella no es lo suficientemente mayor para conducirse por sí solo, es tratado como una mala idea en el mejor de los casos y, en el peor de los casos, como una negligencia criminal. Ese tipo de temor es malo para los niños, malo para los padres y malo para la sociedad. Dejemos de alentar, incluso exigir, la paranoia de los padres.
Photo: © Bessi / pixabay

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