
Yogures hay muchos, pero estos son los más recomendables para niños
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El yogur es uno de los alimentos más habituales en la dieta infantil. Se presenta como una opción práctica, fácil de consumir y generalmente bien aceptada por los más pequeños. Sin embargo, no todos los yogures son iguales. Frente a la gran variedad disponible en supermercados —con sabores, azúcares añadidos, frutas, cereales, galletas o incluso caramelos—, surge una pregunta importante: ¿cuál es el más adecuado para los niños?
El yogur natural: el más recomendable
Desde el punto de vista nutricional, el yogur más recomendable para los niños es el yogur natural sin azúcares añadidos. Este producto contiene únicamente dos ingredientes: leche y fermentos lácticos vivos (Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus). Aporta calcio, proteínas de alta calidad, vitamina B12 y probióticos que pueden beneficiar la salud intestinal.
Los pediatras detallan que el yogur natural sin azúcar puede formar parte de una alimentación saludable desde el primer año de vida. Esto no implica introducirlo de forma obligatoria, pero sí como una opción válida dentro de una dieta variada.
¿Y los yogures “para niños”?
Muchos productos etiquetados o publicitados como “yogures infantiles” contienen azúcares añadidos, edulcorantes, aromas artificiales o trozos de golosinas, lo que los aleja de un perfil saludable. El sabor más dulce de estos yogures busca agradar al paladar infantil, pero en realidad puede promover una preferencia por lo dulce que condiciona futuras elecciones alimentarias.
A menudo, en el etiquetado se utilizan reclamos visuales como dibujos animados, colores llamativos o promesas de “defensas fuertes” y “crecimiento”, lo cual genera confusión. Una lectura detallada de la lista de ingredientes suele revelar la presencia de sacarosa, jarabe de glucosa-fructosa u otros azúcares añadidos que no son necesarios en la dieta infantil. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda evitar el consumo de azúcares añadidos en niños menores de dos años y limitarlo al máximo en edades posteriores.
¿Y si no les gusta el sabor natural?
El sabor ácido del yogur natural puede no ser del gusto de algunos niños. En estos casos, una alternativa recomendada por nutricionistas infantiles es mezclar el yogur natural con fruta fresca triturada o en trozos pequeños, como plátano, fresa o manzana. Esta combinación no solo mejora el sabor de forma natural, sino que también aporta fibra, vitaminas y más textura al plato. También puede utilizarse un toque de canela, vainilla natural o ralladura de limón para dar sabor sin recurrir al azúcar o los productos ultraprocesados.
Yogures tipo “griego” y otros formatos
El yogur tipo griego, más cremoso y con un mayor contenido graso, también puede ser apto para niños, siempre que sea natural y sin azúcar añadido. Su mayor aporte de grasa puede ser beneficioso en etapas de crecimiento, pero no debe confundirse con los productos etiquetados como “estilo griego” que muchas veces contienen natas añadidas y azúcares.
Otros formatos como los yogures líquidos o bebibles también pueden ofrecerse, siempre que se revisen los ingredientes. En muchos casos, estos productos tienen un perfil nutricional inferior por su alto contenido en azúcar y su menor densidad nutricional.
Consideraciones por edades
De 6 a 12 meses: Aunque la introducción de productos lácteos como el yogur puede darse después de los 6 meses, los expertos recomiendan esperar hasta el primer año para ofrecer yogur de forma habitual, y siempre como complemento de la lactancia materna o fórmula.
De 1 a 3 años: En esta etapa, el yogur puede formar parte de las comidas o meriendas. Es preferible ofrecer pequeñas cantidades y priorizar siempre el yogur natural. Es mejor evitar el uso de biberones para yogures líquidos, ya que se asocian con mayor riesgo de caries si el niño los consume durante períodos prolongados o antes de dormir.
A partir de 3 años: El yogur sigue siendo una buena opción, aunque conviene mantener el criterio de ofrecer yogures naturales o lo menos procesados posible. Es un momento propicio para enseñar al niño a prepararse su propio yogur con fruta, lo que también favorece la autonomía alimentaria.
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