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Qué dejan los niños del mundo a Santa Claus y compañía…

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La noche del 24 de diciembre representa, en la imaginación colectiva de millones de niños, el momento culminante de un año de espera. Es la noche en que Papá Noel, Santa Claus, Father Christmas o el Viejito Pascuero —bajo los diversos nombres que adopta— emprende su viaje global para dejar regalos. Y en muchos hogares, como gesto de agradecimiento y para ayudarlo a reponer fuerzas durante su agotadora travesía, se deja una pequeña ofrenda de comida y bebida. Sin embargo, lo que se coloca en la mesa, en la repisa de la chimenea o junto a la ventana dista mucho de ser universal. Es una tradición que, tejida con los hilos de la cultura local, la historia y el clima, pinta un mapa gastronómico tan diverso como las regiones del mundo.

La asociación más icónica para el público contemporáneo, amplificada por décadas de publicidad y cultura popular, es la de la leche con galletas.

Esta costumbre, firmemente arraigada en Estados Unidos y Canadá, ha viajado con la globalización. Pero es solo una versión, a menudo la más difundida, de un mosaico mucho más rico. En otros lugares, la lógica sugiere que un viaje nocturno por los cielos invernales requiere algo más contundente que lácteos, o que el menú debe extenderse también a los fieles animales que tiran del trineo o transportan los regalos.

En Europa, el continente donde se originaron muchas de estas tradiciones, la variedad es notable. En los países nórdicos, como Dinamarca, Noruega y Suecia, el clima frío inspira ofrendas reconfortantes. Los niños suelen dejar un cuenco de risengrød, un pudín de arroz caliente, cremoso y a menudo espolvoreado con canela y mantequilla, para su Julenisse o Tomte, el duende navideño que cumple funciones similares a las de Santa. Es un alimento básico del invierno, pensado para calentar desde dentro.

Más al sur, en las Islas Británicas, la elección clásica para Father Christmas son los mince pies, unos pequeños pasteles de masa quebrada rellenos de una mezcla de frutas secas picadas, especias y a veces un toque de brandy o ron. Para acompañarlos, no es raro que se deje un vaso de jerez, un oporto o, especialmente en Irlanda, una pinta de cerveza negra como la Guinness. La idea de una bebida con alcohol para un personaje que conduce un vehículo volador puede resultar chocante en otras latitudes, pero forma parte de una tradición de hospitalidad que data de siglos.

En España, lo tradicional -aunque hoy Papa Noel "gana mercado", es la Noche de los Reyes Magos, entre el 5 y el 6 de enero, y ahí se da un paso más en lo alcohólico, porque es común dejar unas copitas de licor o brandy para los tres monarcas de Oriente, pero también se piensa en sus camellos, a quienes se obsequia con zanahorias o patatas, comunmente.

Por su parte, en Francia e Italia, la figura central es San Nicolás (Saint-Nicolas) o, en Nochebuena, Père Noël y Babbo Natale, respectivamente. Aquí, un vaso de vino tinto es un gesto común de bienvenida. Sin embargo, la atención se desplaza con frecuencia hacia el compañero de viaje. Como en estas tradiciones no existen los renos, el transporte suele ser un burro o un caballo. Por eso, es tan importante dejar un poco de heno, zanahorias o una manzana junto a la ventana o en el balcón como lo es la bebida para el propio hombre.

Alemania ofrece una variación singular. En muchas regiones, la encargada de traer los regalos es el Christkind (el Niño Cristo), una figura angelical. Los niños no dejan comida, sino que preparan con esmero cartas decoradas con purpurina y dibujos, que colocan en el alféizar de la ventana para que el Christkind las recoja. Es un ritual que alimenta más la expectativa y la comunicación que el estómago. En Letonia, el intercambio es aún más performativo: los niños deben recitar un poema frente al árbol de Navidad para poder recibir sus presentes de Ziemassvētku vecītis (el Abuelito de la Navidad), asegurando así que el regalo sea merecido.

Al cruzar el océano hacia Sudamérica, las tradiciones se adaptan al hemisferio sur, donde diciembre marca el comienzo del verano. En Chile, la figura es el Viejito Pascuero. Para él, se prepara un pan de Pascua, un bizcocho denso y especiado que lleva dulce de leche, frutas confitadas y nueces. Junto a él, es casi obligatoria una taza de cola de mono, una bebida dulce y cremosa a base de aguardiente, café, leche y especias, que recuerda a un ponche navideño. La combinación busca proporcionar energía para una larga noche de trabajo bajo un cielo estival.

En Argentina, la costumbre para Papá Noel incluye dejar heno y agua para sus renos (aquí sí adoptados de la iconografía norteamericana), pero también se practica el ritual de los zapatos. Los niños colocan sus zapatos limpios, a veces con un poco de pasto dentro, y a la mañana siguiente encuentran que el pasto ha desaparecido y en su lugar hay pequeños obsequios. En El Salvador, el enfoque está en la comunicación:

se dejan cartas con los deseos para el niño Jesús o Santa.

En África, las ofrendas se funden con la poderosa tradición culinaria local. En Nigeria y otros países de África Occidental, la Navidad es una gran celebración familiar y comunitaria. Un plato festivo típico es el fufu con egusi. El fufu es una masa suave hecha de ñame, yuca o plátano machacados, y el egusi es un guiso espeso y nutritivo a base de semillas de melón molidas, verduras y carne o pescado. No es descabellado pensar que, en el espíritu de compartir la abundancia de la fiesta, los niños incluyan simbólicamente a Santa en este banquete. En Sudáfrica, donde confluyen influencias africanas, holandesas e inglesas, las costumbres son mixtas. Algunos siguen la línea de los mince pies y la cerveza, mientras que otros, reflejando la cultura de la braai (barbacoa), consideran que un buen trozo de carne a la parrilla es la mejor manera de reponer las fuerzas de un hombre que trabaja toda la noche.

Australia comparte con Sudáfrica la peculiaridad de una Navidad calurosa. La imagen de Santa con su traje de piel roja bebiendo leche caliente resulta poco verosímil bajo el sol de diciembre. Así, aunque las galletas persisten (a menudo decoradas con motivos veraniegos), es perfectamente normal que se les acompañe con una cerveza fría. Otra alternativa común es el pastel de frutas, que en Australia suele estar abundantemente impregnado de ron. Para quienes prefieren evitar el alcohol, la limonada fresca o el Milo —una bebida de malta y chocolate que se toma fría— son opciones populares y refrescantes.

Esta gira por las mesas navideñas del mundo revela algo más profundo que simples diferencias gastronómicas. Muestra cómo un mito global se enraíza y se adapta, tomando elementos del entorno inmediato. Lo que se le ofrece a Santa es, en esencia, un reflejo de lo que cada cultura considera un alimento de consuelo, celebración y energía. Ya sea un pudín de arroz en la gélida Escandinavia, un vaso de cola de mono en el Chile veraniego, un guiso de egusi en Nigeria o una cerveza en una barbacoa australiana, el gesto final es el mismo: un acto de generosidad y hospitalidad, dirigido a un visitante mágico que, se cree, aprecia el detalle tanto como el contenido. Es un recordatorio de que, incluso en una tradición aparentemente universal, hay siempre espacio para la diversidad y la inventiva local.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © PXHere

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