“Tienes que aprender a compartir”: ¿Se puede imponer a los niños?
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Lucia
En El País, el escritor Martín Piñol, autor de la saga infantil "La cocina de los monstruos", escribió sobre la posibilidad de inculcar en los niños el concepto de compartir las cosas.
Mi experiencia como padre de dos hijos me ha permitido identificar tres situaciones conflictivas recurrentes en las que se lanza la expresión "Tienes que aprender a compartir" a los niños, y la más complicada es la que se vive en el parque.
Como padre, confieso que he acabado usando sin querer una frase que ya me daba grima antes de tener hijos: “Tienes que aprender a compartir”.
Con mi primera hija la empleé muy poco, porque en casa ella tenía suficientes juguetes y ninguna competencia que se los quisiera quitar.
Y, además, la mayoría de sus amigas eran igual de generosas, desprendidas o distraídas, y casi nunca había conflictos, a menos que se tratara de sus juguetes preferidos. Pero con el tiempo vi tres situaciones conflictivas recurrentes en las que yo u otros adultos nos veíamos soltando la frasecilla para evitar males mayores.
La más complicada se vive en el parque, con niños de la clase o con desconocidos, donde siempre aparecen momentos de tensión geopolítica paternal. Nosotros invertimos tiempo, dinero y espacio en llevar la típica bolsa de juguetes (de plástico y baratos, pero juguetes nuestros, en definitiva). Y no tardaban en aparecer los buitres. Esos niños asilvestrados, espabilados, con un punto salvaje, que acuden a la novedad ajena con el ansia de los locos que en las cabalgatas de Reyes se pelean con los niños por caramelos gratis.
Alguno hay que se queda mirando desde la cercanía, como un vampiro esperando a que se le invite a entrar. Pero la gran mayoría alarga la mano sin dudar para llevarse los juguetes, pase lo que pase. Lo más normal es que entonces se produzca un forcejeo, donde tu criatura diga “es mío, es mío” a lo Gollum y el otro haga más fuerza, demostrando que la propiedad privada le importa bien poco cuando no se trata de la suya.
Y lo más normal también es que acabe llorando el tuyo, porque es más civilizado y educado, y porque tiene unos padres que se preocupan de llevarle juguetes al parque y no ha tenido que desarrollar actitudes criminales para conseguirlos.
Son niños pequeños, claro; están aprendiendo, vale; lo hacen sin mala intención, esperemos que sí. Pero en algún momento habrá que ponerles límites para que no se acaben acostumbrando a que la ley del más fuerte siempre triunfa.
En situaciones así, donde sabes que algún niño acabará magullado, te sale invocar el hechizo “tienes que aprender a compartir”. La frasecilla puede tranquilizar el ambiente y disolver la pelea, aunque de rebote acabe entristeciendo a tu criatura. Porque, en el fondo, le estás diciendo que lo suyo no es suyo, y que tiene la misma prioridad un agresor desconocido que tu propia sangre.
Yo no le dejaría mi iPhone ni un libro ni mi botella de agua a un desconocido, y para mis hijos sus juguetes de plástico de tres euros son igual de valiosos. Pero muchos nos vemos obligados a este compromiso de paz porque ni te vas a llevar a tu hijo del parque, que él no tiene la culpa, ni, en principio, le vas a gritar a otro niño o a sus padres (aunque ganas no te falten).
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Monstera / Pexels
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