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Ser demasiado controlador/a afecta a las emociones de tus niños

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El bloque amarillo de plástico tiembla en el aire, suspendido sobre la torre inacabada. La mano del niño de dos años oscila entre la concentración y el temblor. Antes de que la pieza encuentre su lugar —o quizá caiga al suelo—, otra mano adulta intercepta el movimiento. "Así, mi amor", murmura la madre mientras guía el bloque al sitio exacto. En ese instante, grabado en video por investigadores de Minnesota, Carolina del Norte y Zúrich, se encapsula un fenómeno que marcará la vida emocional del niño: la crianza helicóptero.

El experimento que siguió cicatrices invisibles

Durante ocho años, 422 niños estadounidenses fueron observados como fichas de un tablero invisible:

-A los 2 años: Cámaras registraron interacciones lúdicas. Madres "controladoras" se identificaron por conductas como corregir juegos no erróneos, anticipar soluciones o limitar exploración autónoma.

-A los 5 años: Pruebas midieron regulación emocional. Niños con madres intervencionistas mostraron mayor frustración ante rompecabezas imposibles y menor tolerancia a la espera.

-A los 10 años: Cuestionarios a profesores revelaron correlaciones alarmantes. Esos mismos niños presentaban ansiedad en exámenes, dificultades para resolver conflictos entre pares y respuestas agresivas ante errores.

La trampa del control benevolente

El estudio, publicado en Developmental Psychology, no habla de negligencia. Describe un exceso de zelo: padres que impiden que sus hijos experimenten micro-fracasos necesarios. "Al resolver por ellos el puzzle, les robamos la euforia de lograrlo solos", explica la Dra. Eva Müller, coautora desde Zúrich.

Ejemplos concretos de las grabaciones:

-Una niña intenta abrir una caja. A los 17 segundos de forcejeo, su madre gira la tapa por ella.

-Un niño llora porque su torre se derrumba. En lugar de dejarle llorar 30 segundos, el padre reconstruye la estructura.

-Una madre describe colores del arcoíris antes de que su hija señale uno.

Consecuencias en la mochila emocional

A los diez años, las secuelas se traducen en conductas medibles:

-Déficit en autocontrol: Incapacidad para calmarse tras un golpe en el recreo.

-Evitación de retos: Prefieren tareas fáciles antes que arriesgarse al error.

-Dependencia del adulto: Buscan confirmación docente para decisiones simples.

"No es que sean menos inteligentes", aclara el profesor de quinto grado Mark Ternan, participante en el estudio. "Es que su primer impulso ante un problema matemático es preguntar: '¿Está bien así?' en lugar de probar caminos".

El antídoto: la autonomía dosificada

Los investigadores proponen estrategias para frenar el instinto helicóptero:

-Regla de los 30 segundos: Esperar medio minuto antes de intervenir en una dificultad infantil.

-Preguntas puente: En lugar de dar soluciones, usar frases como "¿Qué podrías intentar ahora?".

-Celebrar el error: "¡Vaya! La torre se cayó. ¿Qué aprendimos para la próxima?".

La paradoja del cuidado

El verdadero desafío, según los psicólogos, radica en redefinir la protección:

-Protección dañina: Evitar todo dolor, frustración o fracaso.

-Protección sana: Acompañar mientras el niño navega emociones difíciles.

Como sintetiza Müller: "Al evitar que un niño de dos años derrumbe su torre, le robamos la oportunidad de reconstruirla a los cinco. Y sin esas reconstrucciones, a los diez no tendrá herramientas para levantar su autoestima cuando el mundo lo derribe".

Las manos que sostienen demasiado tiempo pueden convertirse en jaulas. La ciencia lo confirma: a veces, el amor más profundo es el que se atreve a soltar.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Wiszneauckas Law

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