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Pros y Contras del Aprendizaje social y emocional (SEL), según Yale

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En el fragor de los debates educativos en Estados Unidos, pocas siglas han despertado tantas pasiones como SEL. Detrás de esas tres letras —que resumen la expresión “social emotional learning” (Aprendizaje social y emocional)— se agrupan programas que enseñan habilidades blandas: escuchar a quien piensa distinto, aprender a calmarse antes de un examen o resolver conflictos sin estallar. Lo que parece, en principio, un conjunto de herramientas para convivir mejor, se ha convertido en un campo de batalla ideológico.

El grupo conservador Moms for Liberty ha hecho de SEL uno de sus enemigos visibles. Afirma que su “objetivo es manipular psicológicamente a los estudiantes para que acepten la ideología progresista que apoya la fluidez de género, la exploración de la preferencia sexual y la opresión sistémica”. En su discurso, las aulas se habrían transformado en un laboratorio moral. Su argumento se resume en una exigencia: los temas sociales y emocionales deben quedarse en casa; la escuela, dicen, debería centrarse exclusivamente en las materias académicas.

Desde el otro extremo, algunos activistas progresistas reprochan a esos mismos programas no llegar lo bastante lejos. Reclaman que incluyan contenidos sobre justicia social y antirracismo. Entre unos y otros, la discusión se ha vuelto un espejo de la polarización política, un reflejo de las tensiones más amplias que atraviesan la educación estadounidense.

Mientras tanto, los investigadores académicos siguen intentando responder con datos a lo que la política convierte en consigna. Un equipo de la Universidad de Yale acaba de publicar una revisión de doce años de estudios, entre 2008 y 2020, sobre la eficacia de estos programas. El trabajo, difundido en la revista Review of Educational Research, reúne los resultados de 40 evaluaciones rigurosas —en las que participaron cerca de 34.000 estudiantes— y analiza los efectos concretos de 30 iniciativas distintas de aprendizaje socioemocional.

El hallazgo es medido pero significativo: los alumnos que participaron en clases de SEL mejoraron sus calificaciones y resultados en exámenes alrededor de cuatro puntos percentiles en promedio respecto a quienes no recibieron instrucción en habilidades blandas. En términos más concretos, pasar del percentil 50 al 54. Las mejoras fueron mayores en lectura (más de seis puntos) que en matemáticas (menos de cuatro), y los programas más largos, con una duración superior a cuatro meses, duplicaron esos beneficios.

Christina Cipriano, una de las autoras del estudio y profesora asociada del Child Study Center de la Facultad de Medicina de Yale, subraya un punto clave: “Las intervenciones de aprendizaje socioemocional no están diseñadas, la mayoría de las veces, para mejorar explícitamente el rendimiento académico”, explica. “Y sin embargo, demostramos, a través de nuestro informe meta-analítico, que el aprendizaje socioemocional explícito mejoró el rendimiento académico y mejoró tanto el promedio de calificaciones como los resultados en las pruebas.”

Cipriano dirige además el Education Collaboratory en Yale, un centro dedicado a “avanzar en la ciencia del aprendizaje y el desarrollo social y emocional”. En sus palabras, los efectos del SEL son una consecuencia indirecta: al enseñar a los alumnos a regular sus emociones y comunicarse mejor, también se les facilita el aprendizaje.

No obstante, el impulso académico que refleja el estudio de 2025 es menor al registrado en un meta-análisis previo, publicado en 2011, que hablaba de una mejora de once puntos percentiles. Aquella revisión abarcaba investigaciones hasta 2007, un tiempo en que el SEL aún no era una presencia tan extendida en las escuelas. Hoy, el panorama ha cambiado por completo. Según una encuesta realizada por la organización CASEL y la RAND Corporation, más del 80% de los directores de escuelas de educación primaria y secundaria en Estados Unidos afirmaron utilizar algún tipo de currículo de aprendizaje socioemocional durante el curso 2023-2024.

El equipo de Yale se centró, sin embargo, en una porción más pequeña y controlada del fenómeno: programas que se sometieron voluntariamente a evaluaciones científicas y cuyos resultados incluían indicadores académicos. De los 40 estudios considerados, tres cuartas partes fueron ensayos controlados aleatorios —el estándar más riguroso de investigación, similar al de los ensayos clínicos en farmacología—. El resto fueron estudios con grupos de control, en los que las escuelas o los docentes participaron de forma voluntaria.

Los programas analizados enseñaban habilidades muy diversas: desde la atención plena y la gestión de la ira hasta la resolución de conflictos y la fijación de objetivos personales. El estudio no logra determinar qué aspectos concretos de esas habilidades explican la mejora académica. “Es un área pendiente para futuras investigaciones”, admite el equipo.

En paralelo a los debates políticos, los resultados apuntan a una constatación más silenciosa: aprender a escuchar, manejar la frustración o reconocer las emociones propias puede tener un impacto real en la capacidad de aprender otras cosas. No es una panacea, ni un sustituto de las materias tradicionales, pero sí una pieza más en la compleja arquitectura del aprendizaje.

En un tiempo en que la escuela se ve arrastrada por las guerras culturales, los datos invitan a observar un hecho simple: quizá enseñar a convivir y a pensar con calma también sea una forma de enseñar a aprender.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Child Study Center Yale

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