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Para padres primerizos: ¿Es obligatoria llevar a tu niña/o a preescolar?

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En Estados Unidos, la asistencia de los niños a programas preescolares no es una obligación legal, sino una decisión que recae en cada familia. A pesar de que culturalmente puede percibirse como un paso casi inevitable en la infancia temprana, la realidad normativa es distinta: ningún estado del país exige por ley que los niños acudan al preescolar. Incluso el jardín de infancia —la etapa que precede a la educación primaria— solo es obligatorio en 19 estados y en el Distrito de Columbia, según datos recientes de Care.com.

Julie A. Riess, cofundadora y directora de educación temprana de Day One Early Learning Community, en Poughkeepsie (Nueva York), lo explica con claridad: “Ningún estado en los Estados Unidos exige legalmente que los niños asistan al preescolar”, y añade que en Nueva York “el jardín de infancia tampoco es obligatorio”. A pesar de ello, muchos padres optan por inscribir a sus hijos en programas preescolares, motivados por razones que van desde los beneficios sociales y emocionales hasta el desarrollo cognitivo de los menores.

La elección de acudir o no al preescolar suele estar condicionada por múltiples factores, entre ellos la disponibilidad, los costos y las características del entorno familiar. Para quienes tienen apoyo familiar o una red sólida de cuidados alternativos, la decisión puede inclinarse hacia el retraso o incluso la omisión de esta etapa. Claire Werner, madre de dos hijos en Belmar, Nueva Jersey, explica su experiencia: “No envié a mis hijos al preescolar hasta que cumplieron 4 años, porque antes no parecían estar preparados y no estaban entrenados para ir al baño. Tuve la suerte de contar con mis padres para ayudar con el cuidado, y eso probablemente influyó en nuestra elección”.

El concepto mismo de preescolar es amplio. Se trata de programas educativos dirigidos a niños de entre 3 y 5 años, que tradicionalmente han sido de media jornada, reflejando una estructura heredada de épocas en las que se asumía que uno de los progenitores, usualmente la madre, permanecía en casa. Sin embargo, hoy en día muchos centros han ampliado sus horarios para adaptarse a la realidad de hogares donde ambos padres trabajan. Los programas pueden comenzar a las 9 de la mañana y finalizar alrededor de las 3 de la tarde, aunque existen opciones más cortas o más extensas según la región y el centro.

Además, el carácter de estos programas varía. Algunos son privados y exigen el pago de matrícula, con precios que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Educación Temprana, oscilan entre los 400 y los 1.300 dólares mensuales. Otros, como los programas de pre-kindergarten universal (UPK, por sus siglas en inglés), pueden estar subvencionados total o parcialmente por los gobiernos estatales o federales. Los únicos territorios que cuentan con programas UPK universales —independientemente del nivel de ingresos familiares— son Florida, Oklahoma, Vermont y Washington D.C.

Aimee Fearing, vicepresidenta de educación de New Horizon Academy y doctora en educación, señala que “las leyes de educación obligatoria suelen comenzar con el jardín de infancia o el primer grado, dependiendo del estado”. En 2022, el Centro Nacional de Estadísticas de Educación constató que el 59% de los niños de entre 3 y 5 años estaban matriculados en algún tipo de institución educativa. La tasa aumenta con la edad: el 84% de los niños de 5 años estaban inscritos, frente al 47% de los de entre 3 y 4 años.

Para las familias que deciden prescindir del preescolar, existen otras formas de fomentar el aprendizaje temprano. Julie Riess recomienda participar en grupos de juego regulares, asistir a eventos comunitarios o visitar museos infantiles. También señala que muchos estados disponen de programas registrados o con licencia que funcionan en domicilios particulares y pueden ser una opción viable para el cuidado infantil. No obstante, recuerda que “los programas varían según su ubicación y el operador, por lo que conviene hacer una investigación previa antes de inscribirse”.

Otros modelos alternativos incluyen la educación en el hogar, los programas basados en la naturaleza —que exigen que al menos el 30% del tiempo de clase se realice al aire libre— y las cooperativas de padres, donde los progenitores participan activamente en la vida del aula. Según Fearing, estos entornos pueden resultar más adecuados para ciertos niños que el modelo tradicional de preescolar, especialmente cuando se busca una estructura más flexible o se quiere responder a necesidades individuales específicas.

La elección del centro o del enfoque también puede depender de aspectos más personales. “Si un niño se desarrolla mejor en compañía de otros o necesita apoyo para mejorar sus habilidades sociales, el preescolar puede ofrecer oportunidades valiosas de interacción”, explica Fearing. Además, destaca que “los preescolares suelen seguir rutinas previsibles que ayudan a los niños a aprender transiciones y expectativas”.

Estas habilidades se adquieren en gran parte mediante el juego. Johnna Weller, vicepresidenta ejecutiva y directora de aprendizaje de Learning Care Group, define esta etapa como “interés compuesto para el cerebro”. Según su perspectiva, “cada historia leída en voz alta y cada turno negociado en el tobogán alimenta el desarrollo del lenguaje, las habilidades matemáticas tempranas y la autorregulación, que seguirán rindiendo frutos hasta tercero de primaria y más allá”.

Los beneficios asociados al preescolar incluyen no solo una mejor preparación para el entorno académico, sino también el desarrollo de destrezas motrices, la capacidad de resolución de conflictos, la motivación personal, la independencia y el autocontrol. Todos estos factores son determinantes no solo en la educación formal, sino también en la vida social y emocional de los niños.

Sin embargo, no se trata simplemente de enviar a los niños a cualquier programa. La calidad del entorno es clave. Fearing aconseja visitar los centros, observar las dinámicas en el aula y conversar con los educadores: “Esto puede ayudar a las familias a determinar si un preescolar específico —o el preescolar en general— se ajusta a la personalidad del niño y a su etapa de desarrollo”.

En última instancia, la decisión requiere considerar las particularidades de cada niño y las circunstancias familiares. “Usted conoce mejor a su hijo”, recuerda Weller. “Tenga en cuenta su temperamento, su estilo de aprendizaje y cualquier apoyo especial que pueda necesitar. Después de eso, visite programas, observe las interacciones entre docentes y alumnos, pregunte por las rutinas de seguridad, busque evidencias de aprendizaje y elija el lugar donde su hijo se vea involucrado, cómodo y con ganas de volver”.

La recomendación final de Riess apunta hacia un enfoque colaborativo: “Como exdirectora de un centro de educación infantil, mi lema siempre fue ayudar a la familia a encontrar la escuela que se ajuste a sus objetivos para el niño y a las necesidades del hogar”. Esto puede incluir desde escuelas con enfoques religiosos o culturales específicos hasta aquellas que integran a niños con necesidades de desarrollo.

Prescindir del preescolar no implica renunciar al desarrollo temprano. “En general, proporcionar a los niños en edad preescolar oportunidades regulares para jugar con otros niños es clave para aprender a tener amigos y ser un amigo”, concluye Riess. En otras palabras, la interacción social temprana no se limita al aula. Lo esencial es reconocer las posibilidades del entorno familiar y comunitario, y actuar desde ahí.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Territory Kids

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