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Niños deprimidos

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La depresión en la infancia es un trastorno del estado anímico que muchas veces pasa desapercibido para el propio niño y su entorno. Las cifras que manejan los expertos dibujan una progresión silenciosa. En niños que aún no han alcanzado la pubertad, la depresión afecta a entre un 2 % y un 4 % de la población. Estas cifras experimentan un cambio significativo durante la adolescencia, donde la prevalencia alcanza el 10 %, tal y como asegura la doctora María Dolores Picouto.

El porcentaje continúa creciendo hasta sobrepasar el 15 % si se consideran aquellos casos de adolescentes que no reúnen todos los criterios para un diagnóstico de depresión clínica completa, pero que presentan suficientes síntomas como para que su vida cotidiana se vea afectada. La proyección a largo plazo que ofrece Picouto es que "al llegar a los 18 años, entre un 20 % y un 25 % de la población habrá padecido un episodio depresivo, del que solamente se habrá diagnosticado un 25 %". La experta comenta que estos datos proceden de un estudio epidemiológico estadounidense que se puede extrapolar a España.

El origen de la depresión en los menores no responde a una única causa. Picouto apunta que es multifactorial. Existe una predisposición genética que se considera un factor de riesgo, pero se combina con otros elementos como el entorno familiar y social. "Es un conjunto. Los factores de riesgo lo que hacen es aumentar la probabilidad de que un menor sufra depresión, pero puede haber niños con muchísimos factores de riesgo y no sufrirla", subraya la experta. Sobre la carga genética, añade un dato concreto: si un menor tiene un padre o una madre con depresión, el riesgo de que padezca un episodio depresivo en la infancia aumenta de dos a cuatro veces. Incluso, en estos casos, el cuadro puede ser "más rebelde" al tratamiento.

El proceso de diagnóstico encuentra obstáculos específicos en la población infantil. Regina Sala, investigadora y profesora del Kings College de Londres, sostiene que, teniendo en cuenta la falta de madurez emocional, "los niños tienen más dificultades para expresarse y para el clínico a veces es complicado hacer una buena entrevista para poder realizar el diagnóstico".

La sintomatología en los niños pequeños difiere de las manifestaciones adultas. Según enumera Sala, suelen quejarse de molestias físicas imprecisas, presentan una triste expresión facial, escasa comunicación, ánimo irritable y conducta agresiva. "Tienen un sentimiento de culpa excesivo, inapropiado, no disfrutan del juego y también pueden tener pensamientos destructivos", prosigue la experta.

Tanto Sala como Picouto coinciden en que estos síntomas deben mantenerse de forma continuada durante un mínimo de dos semanas para poder configurar un cuadro clínico depresivo.

Frente a esta realidad, Sala hace hincapié en la importancia del diagnóstico precoz y el tratamiento continuado. Aclara inmediatamente en qué consiste este abordaje: "Cuando hablo de tratamiento no me refiero solamente a la medicación, ni muchísimo menos, es principalmente psicoterapéutico, como primera opción y en caso de que no funcione, plantearse un tratamiento psicofarmacológico". El camino para atender este trastorno en la infancia parece pasar, necesariamente, por escuchar lo que los niños no saben, o no pueden, decir con palabras.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © igovar igovar

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