Las consecuencias de una crianza no implicada
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Durante los años sesenta, la psicóloga del desarrollo Diana Baumrind, a partir de la observación de niños en edad preescolar y sus padres ideó una clasificación que con el tiempo se haría célebre: los estilos de crianza. En un principio distinguió tres —autoritaria, permisiva y con autoridad—, pero más tarde otros investigadores añadieron una cuarta categoría que, aunque menos visible, ha resultado igual o más dañina: la llamada crianza indiferente o no implicada, leemos en Verywell Mind.
Se la conoce también como "uninvolved parenting" o, en su forma más extrema, "neglectful parenting". No suele verse a simple vista porque no se manifiesta con gritos, castigos o una vigilancia constante. Es un estilo silencioso, que se esconde en la falta de respuesta, en la ausencia de límites, en la indiferencia. Padres que no imponen reglas ni expectativas, que apenas supervisan o participan, que rara vez asisten a una reunión escolar o preguntan por los amigos de sus hijos.
Baumrind describió los estilos parentales a partir de dos dimensiones: la capacidad de respuesta y la exigencia. La crianza no implicada se sitúa en el punto más bajo de ambas. No hay calor ni apoyo, pero tampoco estructura ni demanda. Los hijos crecen en una especie de vacío emocional, con los mínimos materiales cubiertos —comida, ropa, techo—, pero sin acompañamiento ni guía.
A menudo, quienes practican esta forma de crianza no lo hacen de manera consciente. Muchos, dicen los estudios, repiten patrones heredados. Padres que crecieron sin atención o afecto tienden a reproducir ese modelo cuando les llega su turno. Otros están absorbidos por sus propias dificultades —el trabajo, la depresión, los problemas económicos, el consumo de sustancias— y no logran ver lo distantes que se han vuelto de sus hijos. No siempre se trata de desinterés, sino de una incapacidad para conectar.
Un padre puede pasar largas horas fuera de casa sin ser un padre no implicado. La diferencia está en el cuidado y la intención. Algunos padres trabajan jornadas interminables pero buscan después cualquier hueco para compartir tiempo con sus hijos o asegurarse de que estén atendidos. En cambio, los padres indiferentes, incluso cuando están presentes, parecen ausentes.
En el extremo más leve, la indiferencia se traduce en una actitud de "dejar hacer". El niño se cría prácticamente solo, sin normas claras ni supervisión, pero también sin castigos. En los casos más graves, la negligencia se convierte en abandono emocional. Los hijos lloran sin consuelo, buscan afecto y no lo encuentran, aprenden pronto a resolver solos lo que nadie atiende.
Las consecuencias son profundas. Investigaciones en psicología del desarrollo han relacionado este estilo de crianza con dificultades cognitivas, sociales y emocionales. Los hijos de padres no implicados suelen tener baja autoestima, problemas para establecer vínculos afectivos y un rendimiento académico más pobre. Crecen sin haber aprendido los límites ni el sentido de la responsabilidad, y eso se traduce, con frecuencia, en comportamientos desafiantes o desadaptados.
También hay una huella invisible: el miedo a depender de otros. Sin haber experimentado un apego seguro, muchos de estos niños se vuelven adultos desconfiados o excesivamente autosuficientes. Algunos buscan en la independencia una forma de protección. Otros, por el contrario, se aferran a relaciones que reproducen el vacío que conocieron de pequeños.
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Pixnio
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