Es normal que los niños pequeños... y no tanto, brinden problemas a la
mesa: que se nieguen a acabar sus raciones y rechacen determinados platillos, como los de vegetales o el pescado. ¿Qué podemos hacer?
¿Hasta cuando transigimos? Responde en El Correo Sonia González, dietista-nutricionista especialista en alimentación infantil del Centro de Nutrición Laura Jorge.
«Entre los doce y los catorce meses, los niños muestran cambios en su forma de relacionarse con la comida (comen menos, rechazan alimentos que antes consumían...). Parece preocupante, pero no tiene por qué ser un problema», tranquiliza
La explicación recurre tanto a lo biológico como a lo emocional. «Entre el año y los 2 años, el ritmo de crecimiento de los niños se estanca y su peso no aumenta mucho, así que no necesitan comer tanto. Por otro lado, se despierta en ellos una especie de neofobia, es decir, temen todo aquello que se escapa de lo que conocen. Así, les puede dar miedo desde el ruido de una moto a un plato de guisantes, porque no saben si es algo seguro», explica González. Si se gestiona correctamente, la neofobia alimentaria no dura demasiado, pero cuando no se trabaja de manera positiva puede alargarse en el tiempo. Para evitarlo, podemos poner en práctica algunos hábitos y normas.
No forzar a comer
Nunca debemos obligar, regañar, forzar y castigar a los niños para que coman. «Así solo conseguiremos generar aversiones hacia los alimentos y corremos el riesgo de perpetuar conductas, como depender de los dibujos para que abran la boca o, peor aún, que aprendan a vomitar cuando se sientan llenos y no quieran más», advierte Myriam Herrero Álvarez, pediatra y miembro de Top Doctors. Su recomendación es que los padres elijan la calidad del alimento y el niño la cantidad. «Por ejemplo, si tenemos brócoli para cenar, le pondremos brócoli. Si se come solo un arbolito no pasa nada, lo importante es que lo haya probado».
Para hacer la comida más apetecible para ellos podemos probar recetas divertidas. Por ejemplo, preparar una hamburguesa vegetal con una carita sonriente. Otra opción es dar alternativas que aporten los mismos nutrientes. «Es mejor ofrecer opciones frente a forzar», sostiene Laura Jorge, dietista-nutricionista y directora del Centro de Nutrición Laura Jorge. También hay que recordar que cada uno tiene sus gustos. «Al igual que a nosotros no nos gustan determinados alimentos, a los niños tampoco».
Comer en familia
Se recomienda incorporar a los niños a la mesa familiar lo antes posible, para que coman lo mismo que los demás. «Al principio, se puede hacer acercando la trona y, después, directamente en una silla», sugiere Herrero. Ver lo que nosotros comemos despertará su curiosidad por comerlo también. Por eso, «para conseguir que coman de forma saludable es imprescindible predicar con el ejemplo», recuerda Laura Jorge.
Refuerzos positivos
Si prueban algo nuevo, reforzaremos su conducta diciéndole que lo está haciendo muy bien. «Es importante que las comidas no se premien con otras comidas de forma habitual –por ejemplo, 'si te comes el brócoli te doy un helado'–. Tampoco ayuda que repitamos una y otra vez delante del niño lo mal que come», señala Herrero.
No cambiar platos
Si el niño se acostumbra a que cuando no se come las verduras le ponen macarrones, esperará pacientemente, con rabieta o sin ella, a que pase el tiempo. Si cedemos una vez, lo cogerá como hábito. «Lo ideal es preparar platos combinados con todos los alimentos que queremos que ingieran y servir únicamente la comida que creemos que van a comerse.
Por ejemplo, si sabemos que, habitualmente, se come una croqueta y media, le pondremos dos, y cuando termine le preguntaremos si quiere repetir. Para ellos es mucho más gratificante pensar que han conseguido acabarse el plato que sentir que no pueden comerse todo», advierte Herrero.
Evitar las pantallas
«Por definición, los niños que comen en exceso comen más cuando tienen una pantalla delante, porque no se dan cuenta; mientras que los malos comedores comen de menos porque se emboban», advierte.
Limitar el tiempo de las comidas
Es normal que un niño tarde más que un adulto en comer, pero dejarle comiendo dos horas no es necesario ni recomendable. «Entre treinta y cuarenta minutos, como máximo, serán suficientes. Una vez pasado ese tiempo se retirará el plato, pero lo haremos sin enfados», aconseja Herrero.
Fomentar la autonomía
Que experimenten con la comida es positivo. «Deben aprender por su cuenta cómo son las texturas de los alimentos, la temperatura, el sabor... sin que les regañemos porque tiren comida al suelo o se manchen», dice Herrero.
No levantarse de la mesa
Hay que hacerles entender que no deben levantarse de la mesa mientras haya alguien comiendo todavía. Además, «si es la hora de comer y el niño no quiere tomar nada, debería sentarse en la mesa con el resto y esperar a que todos terminen», recomienda Herrero.
Evitar los ultraprocesados
Para las especialistas, la verdadera definición de que un niño come mal es que su alimentación esté basada en productos ultraprocesados y sea rica en grasas, sal y azúcar. «Si para conseguir que nuestros hijos coman bien enmascaramos la comida con salsas hipercalóricas, azúcar o sal será mucho más difícil que tengan apetencia por los sabores naturales y los alimentos saludables. Por ejemplo, ponerle un trozo de pescado con dos capas de ketchup», advierte Laura Jorge.
Paciencia e insistencia
Sean cuales sean las técnicas que utilicemos, las especialistas recuerdan que enseñar a los niños a comer es un proceso que requiere insistencia y mucha paciencia. «Hay veces que hay que ofrecer un alimento hasta quince veces para que un niño lo acepte», pone como ejemplo la Herrero. Y abogan por la calma: «si realmente hay un déficit alimentario aparecerán síntomas, como que el peque se ponga malo con frecuencia», añade Laura Jorge.
Photo: © PixaHive.com
Comentarios