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¿Qué es la “Hiperpaternidad”?

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Según la periodista y escritora Eva Millet, que escribió el libro "Hiperpaternidad", describe este tipo de crianza en una entrevista con Nueva Mujer. Habla de madres y padres convencidos de que el amor se mide en control, atención permanente y una vigilancia casi policial. “La hiperpatenidad es un fenómeno de crianza que se caracteriza por una atención excesiva a los hijos. Los padres entienden que, para ser unos buenos padres, han de estar pendientes de los hijos de una forma exagerada, resolviendo los problemas, anticipándose a ellos y haciendo las cosas en su lugar”, explica. Y añade, con un tono que mezcla advertencia y sorpresa: “En vez de criar y educar a los hijos, parece que estamos gestionándolos. Impiden que los hijos se enfrenten a sus miedos”.

La idea nació en Estados Unidos, aunque creció rápido en otras latitudes, sobre todo en familias de clase media y alta. Allí donde los currículos infantiles parecen hojas de ruta para astronautas en formación y cada decisión se toma con la vista puesta en un futuro brillante, casi luminoso. Los padres, señala la autora, buscan “formar” a un hijo perfecto a base de oportunidades, cursos y una inversión emocional y económica que convierte la infancia en un tablero táctico. “La hiperpaternidad implica una inversión económica importante y los hijos se convierten en un símbolo de estatus”, comenta Millet.

Pero no hay perfección sin sombras. Al otro lado de tanta actividad y tanta atención, surge un efecto colateral frecuente: el miedo. Millet lo define sin rodeos. Para ella, la diferencia entre un padre atento y un hiperpadre es clara: “El hiperpadre no permite que su hijo se frustre, mientras que el padre con sentido común le da armas a sus hijos para que se enfrenten a la vida, que tengan resistencia a la frustración, que aprendan la autonomía y sean personas y no súper personas”.

Los niños criados bajo este régimen, dice, pueden crecer con una extraña mezcla de seguridad y fragilidad. Por un lado, “suelen tener una inflada noción de sí mismos, son engreídos, porque toda la vida les han dicho que son súper especiales”. Por otro, y aquí aparece la paradoja, “son incapaces de resolver los problemas ellos mismos. Van muy seguros de conocimientos extraños (como esquiar), pero no saben atarse los zapatos”. Es como si la infancia, que solía ser territorio de errores y descubrimientos torpes, se hubiera convertido en un laboratorio de rendimiento continuo, donde caer es algo que se evita a toda costa.

El ritmo tampoco perdona a los adultos. En hogares marcados por esta lógica, el estrés es una banda sonora constante. Y aunque ambos progenitores suelen participar, Millet subraya que son las mujeres quienes cargan con más peso en esta coreografía de deberes, actividades y expectativas.

Pero el fenómeno tiene marcha atrás. No es un túnel sin salida, asegura la autora. La clave está en lo que denomina “sana desatención”, una expresión acuñada por la psicóloga Maribel Martínez y que en inglés se conoce como “underparenting”. La idea suena simple pero exige valentía y paciencia: estar presentes sin interferir en cada paso, confiar en que el niño puede equivocarse y levantarse. “Dejar de estar pendiente del niño todo el día”, resume Millet, y aclara que se trata de acompañar sin desaparecer. “Es más fácil estar todo el día detrás y que al niño no le pase nunca nada; lo difícil es ver cómo tu hijo se equivoca y tiene que aprender de sus errores”.

El mayor peligro, según ella, llega cuando la obsesión por el hijo perfecto rompe el equilibrio de la familia. “Si encima tenemos el estrés para criar este súper niño que parece que la sociedad nos demanda, se vuelve una locura”, advierte. Y allí, entre mochilas cargadas y expectativas más pesadas todavía, aparecen a veces los deseos frustrados de los propios adultos, esos sueños que no se cumplieron y que buscan segunda vida a través de manos pequeñas.

Al final, su receta es casi un regreso a lo básico. Responsabilidades, confianza, menos fotos y más experiencias reales sin guion materno o paterno. “El niño debe llevar su mochila, así le dices que es capaz”, aconseja. Y remata con una frase que suena a brújula para tiempos confundidos: “No tenemos que limpiarles el camino, tenemos que prepararlos para él”.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Gustavo Fring

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