Juegos cooperativos: Cuando se juntan los niños en casa
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Dentro de los juegos infantiles, han alcanzado relevancia los cooperativos, que se llaman así por ser alternativa a las dinámicas competitivas tradicionales. No se trata de que un niño gane y los demás pierdan, sino de que el grupo enfrente un desafío común. El objetivo es compartido y solo puede alcanzarse con la contribución de todos. El éxito, cuando llega, es colectivo; y el fracaso, si se produce, se asume como grupo. En el espacio familiar, esto se traduce en una reducción de los conflictos entre hermanos y en una oportunidad para fortalecer los vínculos.
La cocina de una casa puede convertirse en el espacio ideal para el "juego del puente de sábanas". La consigna es simple: entre todos, deben transportar unos peluches desde el sofá hasta su cesta, pero sin pisar el suelo —convertido en un río de lava imaginario—. Los niños extienden sábanas o mantas sobre el piso, creando un camino que avanza solo si todos colaboran. Un niño sujeta un extremo, otro estira la tela y un tercero coloca el siguiente "puente". La comunicación se vuelve esencial: "¡Espera, que no he llegado!", "Ahora tú pasas". No hay un solo modo correcto de resolver el problema, sino múltiples soluciones que se descubren en el camino.
Otro clásico doméstico es la "construcción de la cueva". El objetivo es erigir un refugio con sillas, cojines y mantas. Un niño sujeta una manta en alto, otro coloca los almohadones para que no se escape el aire y un tercero estabiliza la estructura con sillas. Si una esquina se cae, no es el error de uno, sino un problema del equipo. La cueva, una vez terminada, se convierte en un espacio de juego simbólico que es, en sí mismo, el premio a un esfuerzo colectivo.
Los juegos de mesa también pueden adaptarse. En lugar del tradicional recorrido donde un jugador avanza a costa de los demás, se puede plantear un "viaje cooperativo". Sobre un tablero dibujado en una cartulina, una ficha común representa a todo el grupo. Para avanzar, los niños deben superar retos sencillos: "encestar tres pelotas en una cesta" o "formar una torre con cinco bloques". Cada desafío se resuelve entre todos, y el avance es grupal. La emoción no reside en ver quién llega primero, sino en descubrir si el equipo logrará completar el viaje antes de que se acabe el tiempo.
Estas dinámicas tienen un impacto observable en el ambiente del hogar. Los adultos que las promueven notan que los niños desarrollan un lenguaje de colaboración. Frases como "¿necesitas ayuda?" o "yo te sostengo esto" comienzan a formar parte de su vocabulario cotidiano. La ansiedad que a veces genera la competencia —especialmente en niños más sensibles— disminuye, permitiendo que todos participen sin miedo al error.
Para los padres, el rol es el de facilitadores. Su tarea consiste en plantear el desafío inicial, proporcionar los materiales y luego retirarse a un segundo plano, interviniendo solo si el conflicto se estanca. La meta no es dirigir el juego, sino permitir que los niños encuentren sus propias soluciones. A veces, la solución que idean no es la más eficiente, pero es la que han construido juntos, y ese proceso vale más que el resultado.
La introducción de estos juegos en el ámbito familiar no busca eliminar otras formas de juego, sino ampliar el repertorio. No se trata de que los niños ignoren que existen juegos con reglas competitivas, sino de que descubran, en el espacio seguro de su casa, el placer de lograr algo juntos. Al final de la tarde, cuando la cueva de cojines se desmonte para dar paso a la cena, lo que permanecerá no será la estructura en sí, sino la memoria de una tarde en la que, por un rato, el "yo" se convirtió en "nosotros".
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