
Soluciones para abaratar el cuidado infantil
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En el norte de Virginia, el simple acto de buscar cuidado infantil se ha convertido para muchas familias en una negociación financiera desgarradora. En el condado de Arlington, el más caro de todo Estados Unidos para este fin, los números hablan por sí solos: cinco años de guardería, desde que un niño es un bebé hasta que entra en preescolar, tienen un coste medio de 147.000 dólares.
La paradoja se agudiza al mirar alrededor. A escasos kilómetros, en Washington D.C., la misma carestía es, curiosamente, menor: ronda los 126.000 dólares. Incluso en Manhattan, un sinónimo universal de lo costoso, la factura no supera los 80.000 dólares. La pregunta es inevitable: ¿qué sucede en Arlington?
William Gormley, profesor emérito de la McCourt School of Public Policy de la Georgetown University y experto en políticas de educación infantil, observa estos datos con una mezcla de resignación y claridad.
"La asequibilidad del cuidado infantil es un problema que ha empeorado en los últimos años", afirma. "Los costes son altos en todas partes, pero especialmente en comunidades con una ciudadanía relativamente próspera y con un alto nivel educativo".
Las razones son un nudo difícil de deshacer. Por un lado, el precio de todo es más alto en el norte de Virginia, especialmente la vivienda y los locales comerciales, lo que eleva los costes fijos de los proveedores de cuidado. Pero el factor decisivo es la fuerza laboral.
Arlington ocupa el segundo puesto a nivel nacional en nivel educativo de sus ciudadanos; el 79% de los adultos tiene una licenciatura o más. En un mercado laboral ajustado, pocos residentes consideran una carrera en el cuidado infantil, una profesión cuyo salario promedio se sitúa por debajo del 97% de las demás ocupaciones.
"Sin duda, hay recompensas intangibles: la alegría de trabajar con niños pequeños, la certeza de que se está prestando un servicio valioso para los niños y sus padres", reconoce Gormley. Algunas personas con estudios y motivación eligen este camino, pero, por lo general, quienes tienen un título universitario buscan trabajo en otros sectores.
La explicación de por qué la situación es distinta en D.C. o Nueva York reside en una simple palabra: políticas. Washington cuenta con un programa de pre-K universal de larga trayectoria. Los residentes pueden enviar a sus hijos de 3 y 4 años a un programa preescolar de alta calidad financiado por la ciudad, a menudo en su propio vecindario. Y es gratuito. "Eso reduce los costes drásticamente durante dos años", señala Gormley.
Nueva York siguió un camino similar. El entonces alcalde Bill de Blasio estableció pre-K universal en 2014. Para 2023, el 63% de los niños de 4 años de la ciudad estaban inscritos. La actual administración aprobó recientemente una partida de 80 millones de dólares para el cuidado infantil, centrándose en estudiantes de educación especial, bebés y niños pequeños. "Este tipo de iniciativas audaces reducen sustancialmente la carga para los padres", explica el profesor.
Frente a esto, Virginia intentó avanzar. Cuando Tim Kaine era gobernador, abogó con fuerza por un pre-K universal. La iniciativa no fue aprobada por la Asamblea General, aunque sí se autorizó financiación adicional para preescolar.
La contradicción más evidente del sector es que, a pesar de los altos precios que pagan los padres, los cuidadores perciben salarios bajos. La media nacional anual para el cuidado a tiempo completo es de 34.000 dólares. En Arlington, es algo superior, pero sigue siendo muy inferior al de otras profesiones que pueden elegir los trabajadores cualificados.
"Es un caso clásico de fallo del mercado", sentencia Gormley. "Los trabajadores de cuidado infantil merecen sin duda un salario más alto, pero los padres definitivamente no pueden pagarles lo que se merecen".
Ante este panorama, algunas soluciones se abren paso. Gormley menciona el programa T.E.A.C.H., originado en Carolina del Norte. El estado subvenciona la matriculación en community colleges para los trabajadores de cuidado infantil. Se les cubre entre el 80% y el 90% del coste de la matrícula y los libros mientras están empleados. "La formación adicional que reciben aumenta su valor de mercado y produce salarios más altos, lo que facilita la contratación y la retención. Al mismo tiempo, mejora la calidad del cuidado para los niños que enseñan. Es un win-win", asegura.
Otra solución, menos explorada, sería alterar el equilibrio de género en el sector. Aproximadamente el 94% de los trabajadores son mujeres. "¿Por qué debería ser así?", se pregunta Gormley. "Cada vez, los hombres en nuestra sociedad hacen más como padres de lo que lo hacían hace una o dos generaciones. Ya es hora de cambiar el equilibrio de género también en nuestras guarderías y programas preescolares".
El rol del gobierno federal es, a su juicio, insuficiente. Programas como "Head Start" o la Child Care Development Block Grant (CCDBG) existen, pero este último está subfinanciado. Si una familia gana más del 85% del ingreso medio familiar de su estado, no es elegible. Incluso si califica, las probabilidades de recibir la ayuda son escasas: solo el 15% de quienes cumplen los requisitos obtienen los beneficios.
A nivel local, los gobiernos podrían actuar sobre un eslabón clave: las guarderías familiares. Estas suelen proporcionar cuidado para bebés y niños pequeños, la modalidad más escasa y costosa. Sin embargo, los permisos de ocupación y los requisitos de inspección suelen disuadir a la mayoría de operar de forma legal. Como resultado, alrededor del 85% de todas las guarderías familiares forman parte de la economía sumergida.
"Eso necesita cambiar", afirma Gormley. La forma de hacerlo sería que los gobiernos locales eximirán estos requisitos o sufragaran estos gastos. "Los padres no pueden utilizar las guarderías familiares a menos que sepan dónde encontrarlas. Necesitamos sacar a las guarderías familiares de la oscuridad y llevarlas a la corriente principal de los servicios de cuidado infantil". Es un paso modesto, pero crucial, en un rompecabezas donde cada pieza cuenta.
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