
10 o 15 minutos de lectura diaria bastan para potenciar su aprendizaje
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Un bebé balbucea frente a su padre, quien responde con entonación exagerada, como si mantuvieran una conversación real. Este intercambio aparentemente trivial, según investigaciones en neurodesarrollo, es uno de los primeros ladrillos para construir habilidades lingüísticas sólidas. Expertos en alfabetización temprana coinciden: no se necesitan horas de estudio ni recursos costosos para formar lectores competentes. Basta con gestos cotidianos, como dedicar 10 a 15 minutos diarios a la lectura compartida, para sentar bases que impactarán hasta la vida adulta.
El Huffpost recoge hallazgos que vinculan estos hábitos con mayores logros profesionales décadas después. "Niños expuestos a interacciones lingüísticas ricas y consistentes desarrollan no solo mejor vocabulario, sino también capacidad para procesar información compleja", explica un estudio citado. La clave está en aprovechar momentos banales: desde nombrar objetos durante un paseo ("¿ves el perro?") hasta señalar cómo la letra "O" suena "ooo" en palabras como "oso".
Del balbuceo a la autonomía: estrategias sin esfuerzo
Antes de que un niño pronuncie su primera palabra, los padres pueden estimular su cerebro respondiendo a sus gorjeos como si fueran frases completas. "Este diálogo temprano activa las mismas zonas cerebrales que usarán luego para leer", detalla una investigación sobre alfabetización. Cuando comienzan a hablar, hacer preguntas abiertas —y esperar pacientemente una respuesta— fomenta la elaboración de ideas. "La pausa incómoda tras un ‘¿qué es eso?’ es donde ocurre la magia: el niño ensaya mentalmente su respuesta", agrega el texto.
La lectura no debe limitarse a cuentos antes de dormir. Integrarla en momentos imprevistos —como descifrar etiquetas en el supermercado o carteles en la calle— ayuda a normalizarla como actividad cotidiana. "Se trata de mostrar que las palabras están en todas partes, no solo en los libros", señala el análisis.
Cuando la obligación apaga el interés
Aunque las evidencias son claras —lectores ávidos suelen acceder a empleos mejor remunerados, según datos longitudinales—, forzar el hábito puede ser contraproducente. Elegir lecturas basadas en intereses del niño, más que en listas preestablecidas, evita que asocien los libros con la obligación. "El objetivo no es que lean ‘El Quijote’ a los siete años, sino que descubran placer en descifrar una historia", advierten los especialistas.
El proceso no es lineal. Frustraciones como no encontrar "ese libro" que encienda su curiosidad son normales. La recomendación es simple: mantener la exposición constante sin presión. "Un día puede ser un cómic; al siguiente, un manual de dinosaurios. Lo crucial es que sostengan un texto frente a sus ojos", concluyen.
Mientras tanto, en hogares donde los padres convierten la lectura en un acto compartido —no una tarea solitaria—, los niños internalizan que las palabras no son solo símbolos en páginas, sino puertas a mundos por explorar. Y según la ciencia, esos 15 minutos diarios podrían ser la semilla de futuros triunfos que ni siquiera imaginan.
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Andrea Piacquadio-Pexels
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