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Estudio reivindica la utilidad de la siesta en edad preescolar

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Para muchos padres y educadores, la siesta en la etapa preescolar es un terreno de dudas. ¿Debe permitirse que los niños de entre 3 y 6 años sigan durmiendo después del almuerzo? ¿No interfiere esto con el sueño nocturno, haciendo que se acuesten más tarde y alteren sus rutinas? Estas preguntas son comunes tanto en las familias como en las aulas, donde a menudo se debate si mantener o eliminar el descanso diurno en función de la edad.

Un reciente estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Lyon, en Francia, arroja luz sobre el tema y desmonta algunos de los miedos tradicionales en torno a la siesta infantil. Según sus conclusiones, publicadas en Research Square, el sueño diurno no solo no perjudica el descanso nocturno de los niños en edad preescolar, sino que contribuye de manera significativa al total de horas recomendadas de sueño al día.

Los investigadores monitorizaron durante una media de 7,8 días el sueño de 85 niños de entre 2 y 5 años en varias escuelas infantiles francesas. Para ello utilizaron pulseras de seguimiento del sueño (los llamados sleep trackers) y cuestionarios completados por los padres. Los datos recogidos mostraron que las siestas de una hora por la tarde se relacionaban con una reducción media de 13,6 minutos en el tiempo total de sueño nocturno. Además, los niños se dormían de media 6,4 minutos más tarde que en los días sin siesta.

Sin embargo, estos pequeños ajustes en el sueño nocturno se ven compensados ampliamente por el descanso adicional. En total, los niños que dormían la siesta aumentaban en unos 45 minutos la cantidad de tiempo dedicado al sueño en un periodo de 24 horas. Es decir, descansaban más en conjunto.

Stéphanie Mazza, una de las autoras del estudio, plantea un mensaje claro a las familias: “Los padres no deberían preocuparse si su hijo todavía necesita una siesta antes de los seis años. Nuestros datos sugieren que dormir después de comer ayuda a aumentar el descanso total, incluso si eso significa acostarse un poco más tarde”. Mazza recomienda dejar de ver la siesta como un obstáculo y empezar a considerarla una fuente valiosa de reposo, sobre todo cuando los niños se encuentran en entornos llenos de estímulos, como suelen ser las guarderías y las escuelas infantiles.

La cuestión no es menor, ya que, según la Organización Mundial de la Salud, los niños de entre 3 y 4 años deberían dormir entre 10 y 13 horas de buena calidad cada día, incluyendo las siestas. En este contexto, un descanso diurno puede resultar fundamental para alcanzar esas cifras, especialmente en familias donde las rutinas nocturnas son irregulares o donde los niños se acuestan tarde por otros motivos.

La siesta, además, cumple una función crucial en el desarrollo cognitivo infantil. En los menores de 3 años, el sueño diurno está directamente relacionado con la consolidación de la memoria y el aprendizaje del lenguaje. A partir de esa edad y hasta los 6 años, también se observan beneficios en otras habilidades cognitivas, aunque cada niño atraviesa el proceso de abandonar la siesta a un ritmo diferente. Esta transición suele ser progresiva, y no hay una edad concreta en la que deba imponerse la supresión del descanso diurno.

El debate sobre la siesta se reaviva en un momento en el que las familias, cada vez más presionadas por agendas laborales y escolares, buscan soluciones que favorezcan el bienestar infantil sin alterar los ritmos familiares. Para algunos padres, la siesta representa un momento de pausa necesario en jornadas largas de juegos y aprendizajes. Para otros, es una preocupación ante la posibilidad de que sus hijos luego se resistan a dormir por la noche.

La ciencia, sin embargo, ofrece un marco claro: el sueño es acumulativo, y lo importante es la suma de todas las horas de descanso a lo largo del día. Desde esta perspectiva, la siesta en la infancia no es un capricho ni un problema, sino una estrategia natural del organismo para lograr el equilibrio necesario en las primeras etapas del desarrollo.

El estudio de la Universidad de Lyon se suma a otras investigaciones que llevan años subrayando los beneficios del descanso en los más pequeños. La práctica de dormir después de comer no solo favorece la recuperación física, sino también la regulación emocional y la mejora de la atención y la memoria. En un momento en el que las sociedades tienden a eliminar las pausas en favor de la productividad, estos datos invitan a repensar el valor del descanso en la infancia como parte integral de una vida saludable.

El debate sobre la siesta no es el único tema que genera titulares relacionados con la infancia o la salud en estos días. En paralelo, se ha conocido que Mark Zuckerberg, pese a haber aumentado su fortuna en79.000 millones de dólares en 2024, tendrá que cerrar su escuela para niños desfavorecidos por problemas financieros. Mientras tanto, un grupo de científicos ha abierto una lata de salmón con 50 años de antigüedad, descubriendo que su conservación en buen estado es un indicio de un ecosistema saludable. También se anunció que Islandia, pionera en la implantación de la semana laboral de cuatro días desde 2019, ha confirmado que todas las predicciones que entonces hizo la Generación Z sobre este cambio se han cumplido. Y en Noruega, está a punto de completarse el túnel más profundo del mundo, que permitirá a los conductores ahorrar hasta 10 horas de viaje.

Todas estas noticias, aunque diversas, comparten un trasfondo común: la manera en que las sociedades organizan el tiempo, el descanso y la calidad de vida. La siesta infantil, lejos de ser un simple hábito, forma parte de ese debate más amplio sobre cómo equilibrar el bienestar individual con las demandas de un mundo que, cada vez más, parece ir siempre deprisa.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Dries Buytaert

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