
Juegos para practicar en familia y sin gastar dinero o luz
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En una tarde cualquiera, cuando la luz del día comienza a languidecer detrás de las ventanas, surge ese momento familiar donde el aburrimiento puede instalarse en el hogar. Frente a esta escena cotidiana, existen alternativas que no requieren enchufes ni pantallas, ni comprar nada, sino simplemente la voluntad de reunirse y crear juntos.
Uno de estos juegos se desarrolla alrededor de una moneda y un pañuelo. Los participantes forman un círculo mientras uno de ellos, con los ojos vendados, ocupa el centro. Quienes están sentados comienzan a pasar entre sus manos la moneda al compás de una canción que entonan todos.
Cuando la melodía cesa, la moneda queda oculta en alguno de los puños cerrados que ahora descansan sobre las espaldas. La persona del centro debe entonces identificar dónde se encuentra el objeto. Si no lo logra, asume una consecuencia ligera, como cantar una canción o saltar en un pie, generando situaciones que suelen despertar risas entre los presentes.
Otra propuesta nace sin necesidad de objetos, solo con palabras y memoria. Los jugadores se sientan en ronda y alguien inicia una historia pronunciando una única palabra. Quien le sigue repite ese vocablo y añade otro, continuando así la cadena narrativa. Con cada turno, la secuencia se alarga, exigiendo a los participantes recordar el orden exacto de todas las palabras anteriores. Poco a poco, se va tejiendo una frase colectiva cuya complejidad crece con cada contribución.
Para quienes prefieren dejar huella escrita de su creatividad, existe un juego que requiere papel y lápiz. La primera persona escribe un renglón de una historia y, en la línea siguiente, una sola palabra. Luego dobla la hoja dejando visible únicamente esa última palabra antes de pasar el papel a su vecino. Este continúa el relato basándose solo en el término visible, repitiendo el procedimiento. Cuando el espacio en la hoja se agota, alguien despliega el papel completo y lee en voz alta la historia resultante, que suele caracterizarse por giros inesperados y conexiones absurdas.
Entre los clásicos que han trascendido generaciones se encuentra el juego de las mímicas. Los participantes se dividen en dos grupos. Un miembro de cada equipo elige representar mediante gestos el título de una película, sin emitir sonido alguno. Sus compañeros observan atentamente los movimientos y expresiones, intentando descifrar el enigma en el menor tiempo posible. Cada acierto suma un punto al equipo, turnándose la oportunidad de adivinar hasta que todos han tenido su oportunidad de actuar.
Otra alternativa aprovecha un elemento tecnológico para transformarlo en algo completamente diferente. Se enciende el televisor y se selecciona una película o programa con escenas de diálogo, pero se silencia por completo. Los espectadores inventan entonces conversaciones alternativas para los personajes, creando diálogos que poco tienen que ver con la acción original. Los primeros intentos pueden resultar titubeantes, pero a medida que los participantes pierden la inhibición, surgen interpretaciones cada vez más creativas y humorísticas.
Estas actividades, que han acompañado a distintas generaciones, comparten una cualidad esencial: convierten el tiempo compartido en una experiencia donde la imaginación se convierte en el principal recurso.
No requieren preparaciones elaboradas ni materiales costosos, sino simplemente la disposición para crear juntos, recordando que el juego, en su esencia más pura, sigue siendo un lenguaje universal que conecta a las personas más allá de las edades y las circunstancias.
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Pavel Danilyuk
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