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Los mejores desayunos antes de ir a la escuela, según la Clínica Mayo

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Aunque el desayuno es ampliamente reconocido como la comida más importante del día, cerca del 13% de los niños en edad escolar y el 27% de los adolescentes entre 12 y 19 años lo omiten regularmente, según estudios recientes. Esto implica que muchos inician su jornada con hasta 12 horas de ayuno, un patrón que expertos en nutrición vinculan a consecuencias en el rendimiento académico, la salud metabólica y el desarrollo cognitivo.

Las investigaciones coinciden en que los niños que desayunan muestran mejoras significativas en pruebas estandarizadas de matemáticas, lectura y vocabulario, además de mayor capacidad de concentración y regulación emocional. Un metaanálisis publicado en Frontiers in Nutrition (2024) corrobora que la omisión del desayuno se asocia con un incremento del 20% en errores de atención en actividades matutinas, comparado con quienes sí lo consumen. A largo plazo, este hábito también se relaciona con mayores dificultades para mantener un peso equilibrado, ya que la ausencia de alimentos en la mañana suele derivar en elecciones menos saludables o porciones excesivas posteriores.

Más allá del cereal: componentes clave y alternativas innovadoras

Un desayuno balanceado requiere tres elementos: proteínas (huevo, yogur griego, legumbres), grasas saludables (aguacate, frutos secos) y carbohidratos complejos (pan integral, avena). La combinación de estos nutrientes no solo aporta energía inmediata, sino que estabiliza los niveles de glucosa, evitando picos de cansancio o irritabilidad. Sin embargo, la monotonía en las opciones —cereales azucarados, tostadas— es una de las razones por las que muchos jóvenes rechazan esta comida.

"El desayuno no tiene que limitarse a alimentos tradicionales. Incorporar restos de cena o preparaciones frías puede romper la rutina y aumentar el interés", señala un informe del Journal of Pediatric Gastroenterology (2023). Ejemplos prácticos incluyen burritos de frijoles con queso, bowls de quinoa con vegetales o incluso pizza vegetariana fría acompañada de fruta. Para adolescentes con agendas apretadas, batidos con espinacas, frutas y semillas de chía representan una alternativa rápida y portable.

Entre los adolescentes, el 34% evita el desayuno por creer que así controlan su peso, según un sondeo de la Academia Americana de Pediatría (2024). Esta percepción, sumada a horarios sobrecargados de actividades extracurriculares y deberes, dificulta la priorización de la primera comida. En respuesta, escuelas de países como Finlandia y Uruguay han implementado programas de desayunos gratuitos en las aulas, logrando incrementar la asistencia matutina y reducir el ausentismo.

En el hogar, estrategias como preparar overnight oats (avena remojada durante la noche) o huevos duros con anticipación agilizan las mañanas. Un ejemplo es la receta de Tostadas Francesas con Canela y Naranja, que puede prepararse la noche anterior: mezclando pan integral, huevos, jugo de naranja y especias, se hornea al día siguiente para obtener un plato con 9 gramos de proteína por porción.

Brecha socioeconómica y acceso a alimentos

No obstante, la accesibilidad económica influye: familias con recursos limitados suelen depender de opciones ultraprocesadas, altas en azúcares y bajas en nutrientes. Organizaciones como No Kid Hungry destacan que, en zonas urbanas marginadas, hasta el 40% de los estudiantes llega a la escuela sin desayunar, agravando desigualdades en el aprendizaje.

Mientras la discusión sobre políticas públicas avanza, nutricionistas insisten en que pequeños cambios —como incluir una fruta o un puñado de nueces— marcan la diferencia. "Se trata de progreso, no perfección. Incluso un desayuno breve es mejor que ninguno", subraya Claudia González, dietista pediátrica en Barcelona. En un mundo donde el tiempo escasea, redefinir qué constituye un desayuno adecuado podría ser clave para formar hábitos duraderos.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Mostafa Meraji-wikimedia

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