
Las dificultades de criar niños con altas capacidades
publisher
mcora
En medio de una creciente discusión sobre el sistema educativo y sus limitaciones, una voz autorizada en el ámbito de la psicología infantil ha planteado una reflexión profunda sobre la situación de los niños con altas capacidades. Olga Carmona, psicóloga y codirectora del Centro de Psicología CEIBE, publicó un artículo en El País en el que cuestiona con dureza la manera en que se trata a estos menores. Su análisis parte de un caso mediático: el de un niño belga de ocho años que, tras completar sus estudios en tan solo 18 meses, ingresó en la universidad con un cociente intelectual de 145.
Para Carmona, lo realmente excepcional en este caso no es la capacidad del menor —algo que considera más frecuente de lo que se cree—, sino el hecho de que haya podido avanzar a su propio ritmo. “Niños como este están en todos y cada uno de los centros escolares de nuestro país”, afirma, al tiempo que denuncia que “están en las aulas siendo ignorados, apartados, mal diagnosticados”. En su opinión, el sistema educativo no está preparado para atender a este tipo de alumnado y, en muchos casos, tampoco permite que los padres tomen decisiones alternativas sin enfrentarse a trabas legales. “El sistema educativo, en su versión más autoritaria y paternalista, no nos permite a los padres elegir”, señala. “No es posible desescolarizar en este país sin quedar fuera o al margen de la ley”.
En ese contexto, Carmona sostiene que los niños con altas capacidades —también conocidos por sus siglas AA CC— se encuentran atrapados entre un modelo educativo rígido y una sociedad que arrastra mitos profundamente arraigados sobre qué significa tener un alto potencial intelectual. Uno de los errores más comunes, según explica, es equiparar alta capacidad con alto rendimiento escolar. “La mayoría de los niños de alto potencial sí son de alto rendimiento en aquello que les motiva, les reta y les estimula. En aquello que es de su interés y de la forma en que quieren abordarlo”, advierte. Pero cuando el entorno no favorece esa motivación, el resultado puede ser justamente el contrario: desinterés, desconexión, frustración.
La especialista critica que las metodologías escolares tradicionales, muchas de ellas con un enfoque del siglo XIX, no responden a las necesidades de estos menores. “Siguen trabajando en función del procesamiento de la información de forma secuencial y por repetición, cuando la mayoría de los niños y niñas con AA CC son predominantemente visoespaciales”. Además, señala que el ritmo de aprendizaje de estos estudiantes suele diferir notablemente del de sus compañeros, lo que deriva en aburrimiento y, en muchos casos, en problemas de conducta o síntomas de malestar emocional.
Desde su experiencia clínica, Carmona advierte sobre los riesgos de una detección tardía o errónea. Afirma que los servicios de orientación escolar no siempre cuentan con la formación suficiente para identificar correctamente a estos alumnos, y que a menudo se les etiqueta con diagnósticos como TDAH o Asperger. “Recibimos constantemente niños que han pasado por varios psicólogos, con diferentes diagnósticos, padres angustiados, cuando lo que realmente hay es un niño o niña de alto potencial, no detectado y por lo tanto no atendido”.
En este sentido, defiende la importancia de una evaluación temprana —antes incluso de los seis años— para poder ajustar el entorno educativo y emocional a las necesidades del menor. Lejos de tratarse de un capricho, esta detección precoz, dice, permite evitar problemas mayores en el futuro: el aburrimiento en el aula, la desmotivación, el fracaso escolar o una autoestima deteriorada.
Carmona también insiste en la necesidad de un cambio profundo en la mirada de los docentes. “Necesitan la paciencia y la comprensión de quienes conocen cómo sienten y cómo son”, escribe. “No se puede comprender lo que no se conoce: como padres, no podemos permitirnos el lujo de la ignorancia, y como docentes, tampoco”. Desde su punto de vista, los profesores deben dejar de ver la educación como un adiestramiento y empezar a entender que hay niños que necesitan otras formas de aprender y relacionarse con el conocimiento.
Otro de los aspectos que más destaca en su análisis es el profundo componente emocional que caracteriza a muchos niños con altas capacidades. “Si algo define al sujeto con alta capacidad es que es extraordinariamente emocional”, sostiene. Por eso, la falta de vínculo afectivo con el profesorado, el uso de sistemas de disciplina punitivos o la ausencia de autonomía en su aprendizaje son factores que, según ella, los alejan del aula y pueden incluso conducir a crisis personales.
En sus consultas, relata, no son pocos los casos de menores que rechazan el colegio de forma rotunda, que manifiestan síntomas físicos o psicológicos ante la obligación de asistir a clase. En su opinión, ese rechazo no es un problema individual, sino un síntoma de un modelo que no responde a sus necesidades. “Nos están diciendo que el paradigma educativo está profundamente caduco. Que no sirve. Que no sirve a ninguno, pero a ellos especialmente, les repele”, advierte. El mensaje es claro: es el sistema el que debe cambiar, no los niños.
Desde su perspectiva, un menor con un coeficiente intelectual de 129 necesita tanta atención como uno con 140, y subraya que la creatividad o los talentos complejos no suelen ser tenidos en cuenta, lo que deja a muchos niños fuera del sistema de apoyo.
“No necesitan ir al psicólogo por tener AA CC, no es un trastorno”, recalca Carmona, con la intención de despejar otra de las confusiones más comunes. Lo que sí necesitan, añade, es comprensión, respeto, y adultos —padres, profesores, orientadores— que les miren sin prejuicios y sin expectativas desmedidas. “No necesitan que depositemos en ellos la expectativa del sobresaliente, ni del éxito. Tampoco el fantasma del fracaso”.
En el fondo, lo que esta psicóloga propone es una revisión a fondo de las creencias que arrastramos sobre la infancia, la inteligencia y el aprendizaje. Una revisión que pasa también por cuestionar cómo fuimos educados nosotros mismos, y por hacer un esfuerzo para acompañar a nuestros hijos desde un lugar más empático, más informado y menos coercitivo. “Necesitan padres que tengan claras sus prioridades, dejando de poner energía en ‘los otros’ y centrándonos en cómo podemos apoyar a nuestros hijos sin caer en la sobreprotección ni en la hiperexigencia”, afirma. Y concluye con un mensaje directo: “Si no eres parte de la solución, eres parte del problema”.
El caso del niño belga sirve como espejo y contraste. Lo singular no fue su cociente intelectual ni su precocidad académica, sino que sus padres fueron escuchados y su decisión respetada por el Estado. Un escenario que, según Carmona, aún está lejos de suceder en otros países.
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Helena Lopes-Pexels
Comentarios