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¿Hay que obligarles a comer?

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Uno de los hechos que más disgustos familiares generan en una casa con niños es cuando no quieren comer, y sus padres o tutores se desesperan, gritan y amenaza... Utilizar la violencia, aunque sea verbal, o el chantaje, dicen los especialistas, es contraproducente, cuentan en Faro de Vigo. Si nos preocupa la alimentación infantil, lo mejor es que nos limitemos a dar ejemplo, a asegurarnos de que en nuestra casa entran pocos alimentos malsanos y a dejar los sermones para las iglesias y las etiquetas para las prendas de ropa”. Así de contundente se muestra el dietista- nutricionista Julio Basulto (uno de los más reconocidos y prestigiosos de nuestro país) cuando le preguntan sobre cómo conseguir que un niño coma de forma saludable.

Lo cierto es que es un tema que nos preocupa muchísimo a las madres y padres. Lo que nos lleva, en muchas ocasiones, a recurrir a todo tipo de técnicas, también a obligar a los niños a comer determinados alimentos y, por supuesto, determinadas cantidades. Pero lo cierto que esto no hará que nuestro hijo crezca más sano ni, lo más importante, que aprenda a comer. Sí tendrá, en cambio, consecuencias negativas, como nos advierten todos los nutricionistas y expertos en el tema. Consecuencias que veremos más adelante. Pero antes cabe preguntarse: ¿por qué nuestro hijo no come?

Quizá la primera pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿por qué tengo que obligar a mi hijo a comer? Es decir, ¿por qué mi hijo no come? En su libro ‘Se me hace bola’, Julio Basulto lo explica de forma sencilla.

Lo que le ofrecemos en la comida es, obviamente, menos atractivo y apetitoso que la comida insana que ha tomado en el desayuno y a media mañana. Además, estos alimentos son tan calóricos que es lógico que no tenga apetito a la hora de la comida. Este proceso continúa en la merienda. ¿Consecuencia? En la cena nuestro hijo tampoco tiene hambre.

Pero hay más, nos recuerda Julio: “¿Has pensando que tu hijo no come fruta porque su paladar se ha acostumbrado al potentísimo sabor de los batidos, cereales de desayuno, galletas, bollos?”.

Sobre esto también reflexionaba la divulgadora Catherine L’Ecuyer en uno de nuestros eventos: “Un estudio realizado hace más de una década consistió en dar bebidas gaseosas azucaradas a un grupo de personas durante un mes. Una vez finalizado dicho estudio, se dieron cuenta de que esas personas tenían más dificultad para percibir sabores, porque habían sido expuestas a una altísima dosis de azúcar. Lo cual explica por qué cuando llevamos el bollo azucarado o las chuches de merienda a los niños, o cuando añadimos en las papillas azúcar o sal para ayudar a que coman mejor, a los niños luego les cuesta tanto comerse una manzana, unas espinacas o unos garbanzos. El gusto está sobre estimulado, baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y ese niño necesita cada vez más estímulos artificiales para poder percibir las cualidades de los alimentos”.

¿Cómo podemos, entonces, romper el círculo vicioso? “Alejando de la vista y del alcance de los niños estos productos malsanos. No se trata de prohibir, puesto que prohibir es despertar el deseo. Se trata de que no estén en casa, así nadie tendrá que prohibirlos”, recomienda Julio.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © UNDP-Flickr

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