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¿Entretenimiento se opone a aprendizaje?

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Kevin Stinehart, profesor de cuarto grado en Estados Unidos, cuestiona un fenómeno creciente en las aulas: la obsesión por mantener a los estudiantes enganchados mediante recompensas inmediatas. "Los niños se emocionaban con las actividades, pero no con el contenido. Era una victoria superficial", reconoce sobre su etapa usando gamificación, pantallas brillantes y canciones pop en clases. Tras años de intentar captar la atención con métodos que llamó "dispensadores de dopamina", advierte un problema mayor: "¿Estamos preparando a los alumnos para la vida real, donde no hay power-ups ni confeti digital por cumplir una meta?".

El docente relata cómo, en su escuela anterior, la política de entregar un Chromebook por estudiante —impulsada por el temor a "quedarse atrás en la era tecnológica"— derivó en un uso constante de pantallas. "Muchos no sabían conversar, negociar o colaborar. Les faltaban habilidades básicas", señala. Aunque no se opone a la tecnología, critica su dependencia excesiva: "En casa ya viven en loops de dopamina virtual. Si en el colegio también están pegados a las pantallas, ¿dónde aprenden a manejar lo que no es divertido?".

Su giro pedagógico llegó al sustituir simulaciones digitales por experiencias multisensoriales. En lugar de ver un video sobre el Motín del Té de Boston, sus alumnos recrean el evento en un bosque cercano. "Construyen escenarios, usan disfraces y hasta prueban variedades de té históricas. Activamos los cinco sentidos, y así la retención aumenta", explica. Stinehart insiste en que estas vivencias —alejadas de lo efímero— crean memorias duraderas: "No solo escuchan la historia; sienten que la vivieron".

El profesor también cuestiona la presión sobre los educadores por ser "animadores". Recuerda un aforismo que compara su labor con "malabares usando motosierras encendidas", y admite: "Es agotador intentar competir con el ritmo de TikTok". Aunque valora el entusiasmo en clase, alerta sobre priorizar el espectáculo sobre el rigor: "La vida no tiene cheat codes. El duelo, el matrimonio o ser padre no se gamifican. ¿Por qué fingir que el aprendizaje sí?".

Su propuesta incluye más tiempo de juego no estructurado y lecciones al aire libre. "No soy ludita, pero necesitamos equilibrar lo digital con lo tangible", afirma. Un ejemplo es su "aula forestal", donde los estudiantes negocian roles, resuelven conflictos y hasta tropiezan sin una pantalla que medie. "Ahí surgen conversaciones espontáneas. Recuperan lo que perdimos al creer que la tecnología lo resolvería todo", concluye.

Mientras debates sobre IA y realidad virtual dominan la educación, Stinehart insiste en una pregunta incómoda: ¿Estamos formando individuos capaces de navegar un mundo imperfecto o solo adictos a estímulos fugaces? Su respuesta, por ahora, está en el bosque.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Bright Scholars

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