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Cuando el barro enseña más que un aula

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Un charco después de la lluvia no es solo un estorbo en el camino. Para un niño, puede convertirse en un laboratorio de física improvisado: ¿hasta dónde salpica el agua si se salta con fuerza? ¿Flotará esta hoja o se hundirá? Psicólogos y educadores señalan que estos momentos aparentemente banales encierran lecciones que los manuales no pueden transmitir.

"La naturaleza no viene con instrucciones. Un niño que tropieza con una raíz y se levanta solo está aprendiendo a manejar contratiempos", explica Sandi Mann, psicóloga de la Universidad de Central Lancashire. Su colega Claire Halsey añade: "En el parque, un tobogán no es solo un juego: calcular distancias, negociar turnos y levantar los brazos para mantener el equilibrio son ejercicios de autonomía".

Los expertos desmonten un mito: la seguridad absoluta no siempre es educativa. Mann relata un caso observado en sus investigaciones: "Un grupo de niños encontró un tronco caído. En vez de retirarlo, el profesor les dejó resolver cómo cruzarlo. Discutieron, probaron posturas y al final lograron pasarlo juntos. Eso es trabajo en equipo real, no el de los ejercicios forzados".

El juego libre en espacios abiertos tiene efectos paradójicos. Mientras los padres suelen temer que los niños se lastimen, estudios citados por Halsey indican que quienes se exponen a riesgos controlados (trepar árboles, saltar rocas) desarrollan mejor juicio espacial y toman decisiones más prudentes con el tiempo. "Aprenden a medir sus límites, no desde el 'no toques eso' sino desde la experiencia directa", precisa.

Más allá del movimiento físico, el aire libre ofrece un antídoto contra la sobrestimulación digital. Halsey menciona un experimento donde niños que jugaron en un bosque durante una hora mostraron mayor capacidad de concentración después que aquellos que vieron videos educativos. "El sonido del viento, las texturas de las cortezas... Estos estímulos no dirigen su atención, sino que les permiten elegir en qué enfocarse", detalla.

Las actividades cotidianas esconden potencial educativo. Recoger piñas puede convertirse en una lección de matemáticas ("¿Cuántas tenemos? ¿Cómo las clasificamos?") o en un ejercicio narrativo ("Inventemos una historia sobre cómo llegaron aquí"). Mann sugiere aprovechar estos momentos sin estructurarlos: "Cuando un niño pregunta por qué las nubes se mueven, en vez de dar una explicación científica, podemos devolverle la pregunta: '¿Tú qué crees?'. Así ejercitan el pensamiento hipotético".

El rol adulto aquí es menos de instructor y más de compañero explorador. "Una madre me contó que su hija empezó a interesarse por la biología tras observar cómo las hormigas cargaban migajas. Jamás hubiera logrado eso con una aplicación educativa", ejemplifica Halsey.

En un mundo donde el 78% de los niños urbanos pasan menos tiempo al aire libre que los presos de cárceles de máxima seguridad (según un estudio de 2022), los expertos plantean una urgencia: dejar que el desorden de la naturaleza enseñe lo que las pantallas no pueden. Como resume Mann: "La próxima vez que veas a tu hijo revolcarse en el pasto, no pienses que se está ensuciando. Piensa que está escribiendo su primer libro de texto vivo".

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Luna Lovegood-Pexels

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