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La “Ley de hielo”, el castigo silencioso a los niños

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Cuando un padre o una madre decide ignorar a su hijo como forma de castigo, puede parecer una medida menos dañina que un grito o unas nalgadas. Sin embargo, este comportamiento —conocido como "ley del hielo"— tiene repercusiones profundas en el bienestar emocional de los menores. Sylvie Pérez, psicopedagoga y profesora colaboradora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica que esta práctica no solo genera confusión y dolor en el niño, sino que también puede afectar su autoestima y su capacidad para manejar conflictos en el futuro.

"No se trata simplemente de no hablar, sino de actuar como si el niño no existiera", señala Pérez. "Es una forma de manipulación emocional que niega la posibilidad de diálogo, de explicaciones, e incluso de pedir disculpas. Lo único que provoca es rechazo". Según la experta, este tipo de conducta suele reflejar la incapacidad del adulto para gestionar sus propias emociones o tolerar la frustración, más que una estrategia educativa consciente.

Investigaciones realizadas en universidades de Estados Unidos han demostrado que el "silent treatment" (trato silencioso) dentro de las familias tiene efectos negativos claros. Los adultos que fueron sometidos a este tipo de castigo durante su infancia reportan menor satisfacción en sus relaciones y una sensación reducida de control sobre sus vidas. Además, el estudio identificó que esta conducta tiende a replicarse de generación en generación: los hijos que la sufren tienen más probabilidades de aplicarla luego con sus propios hijos.

"Es similar al 'ghosting' que ocurre en las relaciones afectivas, pero en el ámbito familiar", compara Pérez. "El mensaje que recibe el niño es que no merece atención ni explicaciones. Y como no entiende qué hizo mal, empieza a generar hipótesis que suelen cargarlo de culpa". La psicopedagoga subraya que, mientras un adulto puede racionalizar el rechazo, un niño carece de las herramientas emocionales para procesarlo.

Maltrato emocional encubierto

Aunque no deje marcas físicas, la "ley del hielo" es considerada por los expertos como una forma de maltrato emocional. "Duele porque niega el afecto, hace sentir al niño que no vale nada y lo sume en la confusión", explica Pérez. "El menor termina creyendo que el problema no es su conducta, sino su propia existencia".

Las consecuencias a largo plazo pueden manifestarse en la adolescencia y la adultez. Quienes crecieron bajo esta dinámica suelen desarrollar inseguridad, dificultades para expresar emociones y una tendencia a buscar validación externa. "Tienen una visión distorsionada de los límites saludables en las relaciones", agrega la especialista.

Según Pérez, los adultos que aplican la "ley del hielo" no suelen hacerlo desde la reflexión pedagógica. "Son personas con poca tolerancia a la frustración, que evitan el conflicto pero también buscan imponer su autoridad sin mediar palabras", describe. "Es un abuso de poder: hacen aún más pequeño a quien ya está en desventaja".

La experta aclara que no todo silencio es dañino. Tomarse un tiempo para calmarse antes de abordar un conflicto puede ser saludable, siempre que se explique al niño: "Ahora estoy enfadado y necesito un momento; luego lo hablamos". La diferencia radica en la intención y la duración. Mientras una pausa breve busca recuperar el control emocional, la "ley del hielo" prolonga el castigo sin dar espacio a la reparación.

Alternativas al silencio como castigo

Pérez insiste en que ignorar a un hijo nunca es una opción válida. Entre las estrategias que recomienda para manejar situaciones de tensión están:

-Nombrar las emociones: Decir "ahora estoy muy enfadado" ayuda al niño a entender lo que ocurre sin sentirse rechazado.

-Evitar sermones extensos: En momentos de conflicto, es más efectivo establecer límites claros que dar explicaciones interminables.

-Pedir apoyo: Si el adulto se siente desbordado, puede recurrir a otra figura de confianza para mediar.

-Aplicar consecuencias proporcionales: Las reglas deben ser coherentes y conocidas de antemano, no improvisadas en medio del enojo.

"Los niños necesitan crecer sabiendo que pueden equivocarse sin temor a ser ignorados", concluye Pérez. "Educar con afecto, incluso en el enfado, es un acto de coherencia que fortalece su desarrollo emocional".

La manera en que los adultos resuelven los conflictos deja una huella en los niños. Quienes han sido sometidos al silencio como castigo suelen convertirse en adultos inseguros, con dificultades para expresar sus necesidades emocionales. "Aprenden a callar, a complacer, a no molestar", advierte la psicopedagoga. "Eso los vuelve más vulnerables a relaciones abusivas en el futuro".

El mensaje final de Pérez es claro: el silencio no educa, solo daña. Frente a los errores de los hijos, la comunicación —aunque sea breve y firme— sigue siendo la herramienta más poderosa.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © kellyhogaboom-Flickr

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