
El aprendizaje invisible de jugar al aire libre
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Mientras los días se alargan y el clima invita a salir, el juego exterior se convierte en algo más que un pasatiempo infantil. Expertos en desarrollo infantil señalan que enfrentarse a lo impredecible —desde un charco hasta una rama en el camino— tiene un valor formativo que las aulas no replican. "Al aire libre, los niños aprenden a lidiar con la adversidad. El clima, el barro, los obstáculos... todo eso les enseña a adaptarse", explica la psicóloga Sandi Mann, de la Universidad de Central Lancashire.
El concepto suena contradictorio en una era donde la seguridad suele priorizarse. Sin embargo, Mann insiste en que la incomodidad controlada es pedagógica: "Caminar sobre terreno irregular o agarrar una piedra áspera desarrolla resiliencia. No se trata de exponerlos a peligros, sino de permitirles resolver problemas sin soluciones prefabricadas". Un
ejemplo: observar el ciclo de vida de una planta, incluyendo su muerte, puede ser un primer acercamiento a conversaciones complejas sobre pérdida y cambio.
En el plano físico, los beneficios son más evidentes pero no menos subestimados. Correr, saltar o trepar no solo gastan energía: mejoran coordinación, equilibrio y resistencia. "La actividad al aire libre, aunque sea breve, impacta el bienestar emocional y físico. Además, juegos en equipo enseñan a ganar, perder y cooperar", apunta la psicóloga Claire Halsey. Un dato menos obvio: gritar libremente —algo restringido en interiores— ayuda a gestionar emociones. "Liberar esa energía reduce la inquietud y mejora el sueño", añade Halsey.
Pero no todo es movimiento. Los expertos destacan el valor de la calma tras el juego activo. "Un parque o incluso un jardín pueden ser espacios de mindfulness infantil. Observar insectos, recolectar hojas o escuchar el viento en los árboles estimula la curiosidad y refuerza el sistema inmunológico", comenta Halsey. Según estudios citados por la especialista, los entornos verdes no solo elevan el ánimo, sino que fortalecen las defensas.
El rol de los adultos aquí es clave, pero no como guías omnipresentes. "Los niños necesitan compartir descubrimientos. Una pregunta sobre por qué el cielo es azul o cómo crece una flor puede ser el inicio de una lección colaborativa", sugiere Mann. Actividades como caminatas con desafíos —"encontrar tres hojas diferentes" o "correr hasta el banco más cercano"— convierten paseos en misiones que fomentan la observación.
Halsey propone integrar el arte: "Hacer frotamientos de cortezas con crayones o fotografiar texturas naturales une creatividad y exploración". Otra idea es organizar "caminatas sonoras", donde se identifiquen pájaros por su canto o el crujir de las hojas. "Estas experiencias no requieren planeación compleja. Basta con salir y dejar que la curiosidad guíe", concluye Mann.
El mensaje subyacente es claro: en un mundo hiperestructurado, el aire libre sigue siendo un laboratorio de habilidades vitales. Donde los adultos ven un simple paseo, los niños encuentran un mapa de desafíos, preguntas y —sobre todo— libertad para equivocarse sin pantallas de por medio.
© SomosTV LLC-NC / Photo: © Sandi Mann-X
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